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Convivencia frente a violencia

El diez de diciembre celebramos el Día de los Derechos Humanos. El lema de este año, Derechos Humanos, 365 días al año, nos invitaba a trabajar, sin tregua, para conseguir que sean una realidad en todo el Planeta.

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Los dramáticos hechos de las últimas semanas ocurridos en el terreno del deporte nos abren una seria brecha en la convivencia, no ya entre hinchas, sino también en términos generales. Deportividad hacía referencia a nobleza, a corrección en el comportamiento tanto de jugadores como de seguidores. Los ultras han perdido dichas referencias para comportarse agresivamente con premeditación y alevosía.

Es lógico que se dé rienda suelta a las emociones, pero no hasta el punto de sobrepasar los límites para caer en la agresividad. Quien no es capaz de controlar sus emociones es arrastrado por ellas.

No voy a machacar con el tema, pero sí insistir en cambiar patrones de conducta para cimentar la convivencia antes que apuntalarla porque se cae. Convivir es optar por entenderse con los demás. No hablo de simpatizar, menos de empatizar para lo que es necesario tener ideas claras y dos dedos de frente. Eso ya sería el no va más.

Lo fácil es montar la marimorena para demostrar que soy más valiente que el contrario. Sin embargo, buscar gresca es un síntoma de falta de madurez, de inseguridad, propio de una personalidad incompleta que se esconde en el rebaño para potenciar la agresividad.

Es obvio que quien no asume unos valores morales no respetará al otro, ni le importará engañar o estafar. Aprender a pensar y tener criterios es un claro indicio para controlar emociones porque “quien no usa la cabeza para pensar, la usará para embestir”. Eso lo hacen bien los animales. No entienden que solidaridad, tolerancia o diálogo juegan un papel importante para integrarse en sociedad.

El tema de la convivencia afecta a la sociedad civil y política porque no somos células aisladas sino miembros integrantes de un grupo, piezas del esqueleto social del que formamos parte importante. Dicha estructura nos influye y de ella mamamos ciertos modelos positivos o negativos. Vivir en sintonía con el grupo entraña aceptar normas encaminadas a satisfacer las expectativas personales y por supuesto grupales.

Quien está dispuesto a destrozar la convivencia ha perdido autoestima, seguridad en sí mismo y como consecuencia el anclaje en el grupo. Dicha pérdida hace que el sujeto se sienta marginado lo que le impulsará a la rebeldía y al desafío de normas establecidas.

La sociedad es como un campo de fuerzas en el que debe existir un equilibrio. Lo que uno quiere y hace no puede poner en peligro ese equilibrio. Si cada uno hace lo que le viene en gana, sin tener en cuenta a los demás, difícilmente se podrá convivir.

La sociedad funciona sobre la base del respeto a los demás, a unos valores, principios y normas básicas sin las cuales no es posible la convivencia. No siempre puedo hacer lo que quiero y a veces hay cosas que no me gustan demasiado y tengo que aceptarlas.

El respeto no es más que un juego de derechos y obligaciones. Mis derechos, lo que puedo exigir a los demás, se convierten en obligaciones para con ellos. Si alguien cree que sólo tiene derechos y olvidara que tiene obligaciones y dejara de cumplirlas, estaría haciendo necesaria la intervención de un tercero capaz de poner orden en esa situación. Las leyes y la justicia tendrían el cometido de garantizar los derechos y hacer que se cumplan las obligaciones.

Hay derechos que se refieren al ser humano individualmente como el derecho a la vida, a la libertad, a la igualdad, la seguridad, etc. Derechos políticos que hacen referencia a la participación en el gobierno del país, en las funciones públicas, etc. Los económicos aluden a una remuneración justa, a un bienestar, etc. Los sociales plantean el derecho a un trabajo digno, a la salud, etc. Para los culturales el derecho a la educación es básico.

El fundamento de los Derechos Humanos está en la “dignidad” que tiene toda persona, independientemente de raza, sexo, idioma, creencia o cultura. Son obligaciones éticas elementales por encima de cualquier gobierno. Otro problema bien diferente es que se cumplan en todos los ámbitos. Hablar de Derechos Humanos es ser capaces de admitir la dignidad de la persona como base y fundamento de la moral.

Dichos derechos se fundamentan en exigencias éticas como son la idea de justicia, la dignidad de la persona, la libertad y la igualdad, que deberán ser reconocidas por el “derecho positivo” para que pasen a ser plenamente exigidas y cumplidas, lo que obliga a un esfuerzo cada vez más amplio en pro de esa igualdad entre los humanos.

El largo proceso de concienciación y elaboración de los Derechos Humanos ha pasado por distintos momentos históricos, en cada uno de los cuales se han reconocido parte de ellos, de acuerdo con las necesidades de la sociedad. Por ello, una de las clasificaciones más utilizadas los tipifica en generaciones, las cuales ponen de manifiesto el proceso evolutivo que han seguido.

Los derechos de primera generación fueron reivindicados por las revoluciones liberales frente a las monarquías absolutas de los siglos XVII y XVIII. Los valores morales que inspiran este grupo son la libertad de conciencia, de pensamiento, el derecho a la vida, a la propiedad, al honor…, y se plasman en las declaraciones de la Revolución Francesa, el Habeas Corpus británico y la Independencia Norteamericana. Tomar conciencia con los de primera generación posibilita la reclamación de nuevos derechos.

Los de segunda generación afectan a la forma de vida material del individuo y requieren la intervención de los Gobiernos para garantizarlos. El valor moral que los inspira es la igualdad. Las desigualdades económicas y sociales de los siglos XIX y XX son la base de una reivindicación obrera reclamando derechos de tradición socialista como son un salario justo, un trabajo digno, educación, protección contra el desempleo, cultura etc.

La tercera generación de derechos se centra en potenciar un desarrollo sostenible a la vista de los problemas medioambientales que existen. La solidaridad es el valor moral en juego. Vivir en un mundo no contaminado, disfrutar de una naturaleza protegida y conservada, la calidad de vida o la paz serán objetivos a conseguir.

Los derechos de cuarta generación hacen referencia a las consecuencias de los avances científicos en el campo genético y a los problemas planteados por el uso de las nuevas tecnologías como Internet. La ingeniería y manipulación genética han abierto un campo amplio con fronteras aun por delimitar. Alimentos transgénicos, modificación del ADN para curar enfermedades, aumentar el rendimiento o la mejora de especies en el caso de los animales y plantas son algunos de los frentes abiertos.

PEPE CANTILLO