Con el genocidio que está practicando en Gaza y parte de Cisjordania, Israel no hace más que comportarse como ese pájaro que se caracteriza por poner sus huevos en nido ajeno y eliminar a los pollos de su anfitrión, expulsándolos al vacío. También se caracteriza esa ave solitaria y asesina por su insistente canto que, traducido a lenguaje humano, diría algo así: “somos el pueblo elegido por dios”.
Y es que Israel, como el cuco, se ha instalado en el nido palestino y desde entonces no deja de expulsar a los pobladores de aquellas tierras para apropiárselas por las buenas y, sobre todo, por las malas. Es lo que hace actualmente en la franja de Gaza con la excusa de “defenderse” de unas milicias armadas palestinas que atentaron contra varios kibutz y puestos militares israelíes, causando 1.189 muertos y apresando 251 rehenes, el fatídico 7 de octubre de 2023.
Aquel atentado, la primera operación dentro de Israel desde 1948, fue cometido por guerrilleros de Hamás, con apoyo de la Yihad Islámica palestina, movilizando, entre ambos grupos armados, 1.400 hombres a lo largo de 41 kilómetros de frontera que lograron acceder 24 kilómetros dentro del territorio israelí.
Los motivos esgrimidos para tan cruenta e ineficaz operación eran, según sus organizadores, lograr la liberación de 5.000 prisioneros palestinos detenidos en cárceles israelíes, frenar las incursiones judías en la mezquita de Al Aqsa y levantar el bloqueo que durante 17 años lleva imponiendo Israel a Gaza, desde que Hamás ganó las elecciones en la Franja.
Lo que se consiguió con aquel ataque ya lo sabemos: la reacción desaforada y asesina de Israel que ha causado la destrucción de Gaza, ha matado más de 50.000 gazatíes inocentes, la mayoría de ellos mujeres y niños, con cerca de 120.000 heridos, y ha endurecido el bloqueo absoluto del enclave, hasta el extremo de que ni la ayuda humanitaria logra franquearlo, provocando una hambruna intencionada como nunca antes en la historia, con el propósito de matar de hambre a la población o desplazarla al exterior, en su afán por hacer una completa limpieza étnica en un territorio que ambiciona anexionarse.
Triste balance de la acción de las milicias propalestinas, que solo ha servido para ofrecer la excusa que necesitaba Israel para ocupar y apropiarse completamente y sin disimulos el enclave palestino de Gaza, además de “limpiar” Cisjordania de los núcleos palestinos que impiden la proliferación de colonias judías ilegales. Justamente lo que un cuco practica de manera innata: expulsar a los pobladores del nido que invade.
Y no es nuevo, puesto que Israel siempre ha expresado, directa o indirectamente, esa intención: construir el “gran Israel” en lo que antiguamente era Palestina. Se trata de una historia que se remonta a mediados del siglo pasado, cuando la ONU en 1947 decidió, al no conseguirlo las potencias que controlaban una parte del antiguo Imperio Turco Otomano del Próximo Oriente, que en aquellas tierras se crearan dos Estados: un 54 por ciento para los hebreos y el resto para los árabes palestinos. Reparto que no satisfizo a ninguno.
Se cumple, pues, el 77.º aniversario de la Nabka (catástrofe en árabe), que cada 15 de mayo evoca el éxodo palestino como consecuencia del nacimiento del Estado hebreo en 1948. Y que Israel lo celebra con la intensificación de los ataques desmesurados, desproporcionados e injustificados contra Gaza y Cisjordania, siguiendo al pie de la letra un proceso planificado y progresivo, desde el principio, por ocupar todo el territorio, como muestran los mapas sobre la voracidad de crecimiento de Israel a lo largo de su corta historia.
Han sido, hasta la fecha, seis las guerras que los hebreos han librado contra sus vecinos árabes, pero sobre todo contra los palestinos que nunca ha podido crear su propio Estado soberano e independiente. Es más, con cada una de esas guerras el pueblo palestino solo ha conseguido ser expulsado de sus tierras o comprobado cómo menguaba el territorio que habitaba históricamente. Un pueblo que iba siendo lanzado al vacío cada vez que el cuco judío pretendía apropiarse del nido originariamente palestino.
Y, así, hasta hoy, en que el descabellado ataque de Hamás ha propiciado el último motivo a Israel, sin que le hiciera falta, para acometer el definitivo plan de expansión de sus fronteras, desde el Mediterráneo hasta el rio Jordán y de los Altos del Golán hasta Egipto, y expulsión de cualquier rastro de población árabe de unas tierras que ambicionaba desde su creación, hace menos de un siglo. Un comportamiento racista y asesino que asemeja increíblemente al del pájaro y su cantinela: “me quedo el nido para mí solito, cu-cu”.
Y es que Israel, como el cuco, se ha instalado en el nido palestino y desde entonces no deja de expulsar a los pobladores de aquellas tierras para apropiárselas por las buenas y, sobre todo, por las malas. Es lo que hace actualmente en la franja de Gaza con la excusa de “defenderse” de unas milicias armadas palestinas que atentaron contra varios kibutz y puestos militares israelíes, causando 1.189 muertos y apresando 251 rehenes, el fatídico 7 de octubre de 2023.
Aquel atentado, la primera operación dentro de Israel desde 1948, fue cometido por guerrilleros de Hamás, con apoyo de la Yihad Islámica palestina, movilizando, entre ambos grupos armados, 1.400 hombres a lo largo de 41 kilómetros de frontera que lograron acceder 24 kilómetros dentro del territorio israelí.
Los motivos esgrimidos para tan cruenta e ineficaz operación eran, según sus organizadores, lograr la liberación de 5.000 prisioneros palestinos detenidos en cárceles israelíes, frenar las incursiones judías en la mezquita de Al Aqsa y levantar el bloqueo que durante 17 años lleva imponiendo Israel a Gaza, desde que Hamás ganó las elecciones en la Franja.

Lo que se consiguió con aquel ataque ya lo sabemos: la reacción desaforada y asesina de Israel que ha causado la destrucción de Gaza, ha matado más de 50.000 gazatíes inocentes, la mayoría de ellos mujeres y niños, con cerca de 120.000 heridos, y ha endurecido el bloqueo absoluto del enclave, hasta el extremo de que ni la ayuda humanitaria logra franquearlo, provocando una hambruna intencionada como nunca antes en la historia, con el propósito de matar de hambre a la población o desplazarla al exterior, en su afán por hacer una completa limpieza étnica en un territorio que ambiciona anexionarse.
Triste balance de la acción de las milicias propalestinas, que solo ha servido para ofrecer la excusa que necesitaba Israel para ocupar y apropiarse completamente y sin disimulos el enclave palestino de Gaza, además de “limpiar” Cisjordania de los núcleos palestinos que impiden la proliferación de colonias judías ilegales. Justamente lo que un cuco practica de manera innata: expulsar a los pobladores del nido que invade.
Y no es nuevo, puesto que Israel siempre ha expresado, directa o indirectamente, esa intención: construir el “gran Israel” en lo que antiguamente era Palestina. Se trata de una historia que se remonta a mediados del siglo pasado, cuando la ONU en 1947 decidió, al no conseguirlo las potencias que controlaban una parte del antiguo Imperio Turco Otomano del Próximo Oriente, que en aquellas tierras se crearan dos Estados: un 54 por ciento para los hebreos y el resto para los árabes palestinos. Reparto que no satisfizo a ninguno.

Se cumple, pues, el 77.º aniversario de la Nabka (catástrofe en árabe), que cada 15 de mayo evoca el éxodo palestino como consecuencia del nacimiento del Estado hebreo en 1948. Y que Israel lo celebra con la intensificación de los ataques desmesurados, desproporcionados e injustificados contra Gaza y Cisjordania, siguiendo al pie de la letra un proceso planificado y progresivo, desde el principio, por ocupar todo el territorio, como muestran los mapas sobre la voracidad de crecimiento de Israel a lo largo de su corta historia.
Han sido, hasta la fecha, seis las guerras que los hebreos han librado contra sus vecinos árabes, pero sobre todo contra los palestinos que nunca ha podido crear su propio Estado soberano e independiente. Es más, con cada una de esas guerras el pueblo palestino solo ha conseguido ser expulsado de sus tierras o comprobado cómo menguaba el territorio que habitaba históricamente. Un pueblo que iba siendo lanzado al vacío cada vez que el cuco judío pretendía apropiarse del nido originariamente palestino.
Y, así, hasta hoy, en que el descabellado ataque de Hamás ha propiciado el último motivo a Israel, sin que le hiciera falta, para acometer el definitivo plan de expansión de sus fronteras, desde el Mediterráneo hasta el rio Jordán y de los Altos del Golán hasta Egipto, y expulsión de cualquier rastro de población árabe de unas tierras que ambicionaba desde su creación, hace menos de un siglo. Un comportamiento racista y asesino que asemeja increíblemente al del pájaro y su cantinela: “me quedo el nido para mí solito, cu-cu”.
DANIEL GUERRERO
FOTOGRAFÍA: DEPOSITPHOTOS.COM
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