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José Antonio Hernández | Mirar por el retrovisor

Estoy de acuerdo en que, igual que para conducir un automóvil de manera segura son necesarios los espejos retrovisores bien reglados –esas extensiones de nuestros ojos que nos proporcionan una mayor visibilidad de lo que sucede detrás y a los lados del vehículo–, para seguir caminando por los complejos senderos de la vida es imprescindible que tengamos en cuenta las experiencias acumuladas en el depósito de la historia.


Esta afirmación, sin embargo, no debilita la importancia de la necesidad de mantener firme la mirada hacia adelante y a lo lejos, para leer las señales de tráfico que nos orientan hacia nuestro destino y que nos evitan chocar con obstáculos que amenacen nuestra supervivencia.

Por supuesto que me uno a las voces de esos agentes culturales que, entusiastas, claman para que recuperemos, interpretemos, adaptemos y difundamos nuestro valioso y fértil legado histórico, pero a condición de que el recuerdo y el estudio del pasado los convirtamos en oportunidades para analizar el presente y en estímulos para proyectar un futuro mejor.

Las conmemoraciones, además de rescatar trozos de las experiencias históricas, nos deben servir para construir un porvenir más justo, una sociedad más equilibrada y un bienestar mejor compartido. Es cierto que la cultura del olvido nos borra el sentido de nosotros mismos y el significado de nuestras acciones; destruye los fundamentos de nuestra historia y erosiona los cimientos de nuestra propia biografía, pero también es verdad que, para vivir el presente plenamente, hemos de divisar, aunque sea de una manera borrosa e imprecisa, un futuro mejor cimentado en valores humanos.

Los actos conmemorativos no deberían conformarse con ser meros transmisores de información, sino que, también, podrían ser invitaciones para la reflexión sobre la realidad actual y sobre su necesaria transformación, estímulos para la autocrítica del pasado y para la creación del futuro.

Conscientes de que los rápidos avances tecnológicos, científicos, artísticos y culturales alteran todos los aspectos de nuestras vidas y transforman el mundo, es imprescindible que los aniversarios propicien encuentros con diferentes especialistas que nos ayuden a atisbar, al menos, la manera de la que los permanentes e imparables cambios multilaterales afectan a nuestra realidad actual y a nuestros proyectos del futuro.

Parto del supuesto de que la cultura no es un patrimonio de ningún partido, no pertenece en exclusiva a la izquierda ni a la derecha, no son solo competencias de las ciencias o de las letras, sino ámbitos abiertos a la libertad de la creación “crítica”, científica, literaria y artística.

Estoy convencido de que, para conseguir que estas evocaciones del pasado nos ayuden a avanzar, tanto los grupos políticos de una o de otra ideología, como las asociaciones científicas, literarias y artísticas, además de ayudarnos a recordar nuestra historia, deberían pensar en la necesidad de promover una cultura integradora capaz de una transformación individual y de unas reformas sociales más humanas.

JOSÉ ANTONIO HERNÁNDEZ GUERRERO