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José Antonio Hernández | El instinto de identidad

Los dos “instintos humanos” más primarios y, por lo tanto, los más irreprimibles, son el de supervivencia (individual y colectiva) y el de identidad (individual y colectiva). Mientras tenemos vida, en el sentido más elemental de esta palabra, nos sentimos enérgicamente impulsados a conservarla y, en la medida de lo posible, a prolongarla.


Podríamos afirmar que estamos dispuestos hasta a perder la vida con el fin de lograr los medios indispensables para mantenerla. El otro instinto, no mucho menos irrefrenable, es el de la identidad, y consiste en un impulso a ser uno mismo y a exigir respeto a la propia condición personal y colectiva.

En la actualidad, debido a la movilidad y a los permanentes cambios de residencia, el conocimiento de los complejos mecanismos psicológicos y sociológicos que intervienen en la composición de las identidades colectivas alcanza una importancia decisiva porque tiene graves y complejas repercusiones en la convivencia social y en las relaciones políticas. Tengo la impresión de que los gobernantes y los líderes de opinión caen en una ingenua, inútil y, a veces, peligrosa simplificación.

No suelen tener en cuenta la variedad de identidades a las que pertenecemos de forma simultánea –naturaleza humana, origen, nacionalidad, religión, sexo, profesión, aficiones, etc.– ni reconocen que la elección de las identidades prioritarias no depende exclusivamente de cada uno de nosotros porque, a veces, son los demás quienes nos la asignan.

Las identidades –sobre todo las culturales, las religiosas y, a veces, las deportivas– son fuentes de orgullo legítimo y de lícita alegría, pero también están en el origen de la mayoría de las dolorosas exclusiones sociales y de los sangrientos conflictos políticos que, debido a sus efectos disgregadores, terminan haciendo del mundo un lugar cada vez más peligroso.

Cuando no somos capaces de dominar la potencia del instinto de identidad y la fuerza de las inclinaciones tribales podemos caer en un discurso patriotero y en una amenaza para una sociedad que, inevitablemente, es y seguirá siendo cada vez más plural y más cosmopolita.

JOSÉ ANTONIO HERNÁNDEZ GUERRERO
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