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María Jesús Sánchez | Hola, tita

Es maravilloso ser tita: es el mejor rol del mundo mundial. Los padres educan, los abuelos consienten y las titas estamos para disfrutar de los sobrinos. Nos los comemos a besos, les enseñamos cosas, jugamos con ellos y la parte más difícil queda para los padres. Un día de brío con ellos, al que sigue un noche tranquila porque te vas a tu casa; porque no continúas con los baños, con las cenas y con las noches en vela. Lo haces, pero de vez en cuando, no todos los días: ya tienen a sus padres.


Ser tita no es cuestión de consanguinidad. Es cuestión de amor. Yo soy una tita feliz, que vuela cuando siente los brazos de Alma en el cuello y diciendo "ay". Un "ay" de ella es la mejor medicina para un día difícil. Verla correr hacia mí en el parque es una sensación que solo se puede vivir. Imposible desgajar para explicarla.

Ayer, mientras miraba el móvil, me dijo: "Hola, tita". Lo hizo en una videollamada, con sus rizos acaracolados y con esa mirada azul felina que puede ser un peligro en el futuro... Y entonces quieres traspasar la pantalla y comértela a "bocaítos".

Es maravilloso ver el mundo a través de sus ojos. La piscina es una playa y esconderse es el mejor juego posible. ¿Dónde está Alma? Su risa contagiosa cuando la pillo es un estallido de felicidad. Gesticula con sus pequeñas manos iguales a las de su padre y me da explicaciones que apenas logro entender.

Le gusta bailar como a la abuela, que es un trompo. Intenta hacer con su cuerpecito todos los movimientos que ve en la pantalla. Es tan tierno ver cómo su coordinación avanza... Un cuento de cuatro hojas se puede convertir en un libro de 500 páginas. Continuamente quiere que le cuente cosas del mismo y la tita va descubriendo un gusanito que le había pasado desapercibido en la rama de un árbol y disfruta buscando los dinosaurios escondidos en las tres dimensiones. Podemos ver el cuento más de 20 veces seguidas y no se cansa.

Tiene uno de animales con sonidos. El otro día me cogía el dedo mientras me decía "ira, tita" con su media lengua. Y me lo llevaba al botón donde cantaba el pajarito o el pato soltaba su característico "cua, cua".

¿En qué momento perdemos la capacidad de asombro? ¿Cuándo deja de llamarnos la atención la naturaleza y todo lo que nos rodea? La sensación de amor y de protección que me venía cuando estoy con ella es la mejor de las medicinas. Mi mente libera miles de hormonas de alegría y bienestar. Y no puedo parar de decirle que la quiero.

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ