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Rafael Soto | Anécdotas mesetarias

El anecdotario de las singulares elecciones a la Asamblea de Madrid es extenso. Me gustaría compartir algunas de mi cosecha puesto que, estoy convencido, reflejan el ambiente político madrileño con casi tanto rigor que el barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS). Reitero la veracidad de las anécdotas, que es más de lo que puede garantizar el señor Tezanos.


Primera anécdota. Hace un mes, alrededor de las 15.00 o 15.30 de la tarde, estaba volviendo de mi puesto de trabajo junto con mi pareja. Había sido un día duro para ambos y nos arrastrábamos cabizbajos hacia casa. El sol no era de justicia, pero emanaba suficiente luz y calor como para hacernos pesados los abrigos que nos colgaban del brazo y las mochilas que cargábamos en la espalda.

Ensimismados, rumiábamos los eventos de la mañana cuando oímos voces procedentes de un bar. Se trataba del dueño, que conocíamos de vista por la frecuencia con la que pasábamos por la entrada del local. Las palabras que escuchamos fueron las siguientes: “[…] Porque Ayuso es la única que nos quiere ayudar. Pero el cabrón de Sánchez lo quiere cerrar todo […]”.

No pude escuchar bien el final de su queja. Teníamos puesta la marcha automática y no tuvimos la agilidad mental suficiente como para detenernos a escuchar el final. Tampoco hay que tener una bola de cristal para imaginarla.

Segunda anécdota. Ante la imposibilidad de visitar a nuestras familias en Andalucía, inquietos por la cantidad de personas que sabíamos que huirían a la Sierra de Madrid entre el Miércoles y el Jueves Santos, decidimos ir a la Sierra los primeros días de la semana para descansar. El jueves nos volvimos, dejando atrás colas kilométricas que se dirigían hacia el lugar que nosotros abandonábamos.

Dejamos las maletas en casa y nos dirigimos al centro de la ciudad para comer. Era temprano, sobre las 12.30-13.00, pero no me importaba. Si no fuera por el trabajo, sería de esas personas que disfrutarían del brunch, anglicismo cool que viene a referirse a la comida del que desayuna tarde o almuerza temprano.

Nos dirigimos a la calle Mayor de Alcalá de Henares, vía principal de la Ciudad, que nos coge cerca de casa. Las calles están abarrotadísimas y nos damos cuenta de que, en Semana Santa, había ocio fuera de la Sierra para los habitantes de la Meseta. Abarrotada la calle hasta el punto de inquietarnos, con o sin covid, nos encontramos un tapón de personas junto a la casa natal de Miguel de Cervantes. Hay varias cámaras y curiosos.

Como soy sevillano y es Semana Santa, me dirijo de cabeza hacia el centro de la bulla sin pensármelo demasiado y no tardo en alcanzar mi objetivo. Solo faltaba el olor a incienso para empezar a buscar la cruz de guía. Sin embargo, lo que encontré estaba lejos de ser una cofradía, aunque tenía algo de crucificado.

Delante de un roll up, una suerte de cartel enrollable, Edmundo Bal, candidato de Ciudadanos, estaba dirigiéndose a la prensa. “Buen movimiento para ganar visibilidad”, pensé, “si no hubiera covid”. Tras acordarme de toda su familia por taponar la calle principal de la ciudad, me dispongo a alejarme del lugar para buscar un espacio más tranquilo y seguro. “Vaya elemento, que tengan narices de quejarse de la saturación de los espacios públicos”, pensé, si bien omito alguna palabra malsonante que negaré ante cualquier juez.

Mientras nos damos la vuelta, veo a un señor gritando desde el otro lado de la calle al candidato naranja: “¡Pero si estáis acabados!”. Los viandantes de alrededor nos dividimos entre los que nos reprimimos la carcajada y los que no. No ofende el que dice verdad.

Tercera anécdota. Es 15 de marzo. Nos llega la noticia de que Pablo Iglesias abandona la Vicepresidencia para presentarse a la Asamblea. Lo hablo con un compañero poco sospechoso de ser ‘facha’. Su expresión fue clara: “Me van a obligar a votar a quien no quiero”.

Mientras que hablamos de esta cuestión, mis amistades debaten sobre lo mismo en un grupo de WhatsApp. Cuando me paro a mirar, me sorprenden las palabras de una buena y sensata amiga: “Al final me van a obligar a votar a quien no quiero, únicamente por no tener a ese gilipollas de presidente [tres emoticonos de caritas sonrientes boca abajo]”.

No sé qué me sorprendió más, si el hecho de que usara la misma expresión que mi compañero o el hecho de que creyera que Iglesias podría llegar a presidente. Yo solo podía pensar en lo a gusto que debía de haberse quedado Pedro Sánchez, mientras me lo imaginaba en La Moncloa, fumándose un puro con los pies sobre su escritorio y con una sonrisa de oreja a oreja. También me lo imaginé con un whiskey con hielo en la mano, y admito que eché de menos no poder tomar un trago.

Cuarta anécdota. Las puertas de los retretes son interesantes. No suelen ofrecer muestras de alta cultura, si bien, no dejan de ser un elemento cotidiano donde se producen procesos interesantes.

Tal y como se puede comprobar en la imagen, un día me sorprendió ver pegada en la puerta de un retrete una imagen electoral de Más País. En ella, se puede ver un retrato de Mónica García con las palabras sobreimpresas “Mónica ǀ Madrileña ǀ Médica ǀ Madre”.

Intenté reflexionar sobre el mensaje. ¿Qué mérito político supone ser madrileña, médica y madre? Gádor Joya es madrileña, médica y madre, y eso no es óbice para que pertenezca al sector más reaccionario de Vox. ¿Mal mensaje? ¿Intento de apropiación?

Unos días después, tal y como puede verse en la foto, me encontré con que la imagen apareció tachada y rodeada de dos mensajes escritos: “VOX” y “VIVA ESPAÑA”. “Los extremismos de siempre”, pensé.

Sin embargo, un par de días después, encontré una respuesta que me sorprendió. Al mensaje “VOX” se le añadió un “FUCK”, que no pienso traducir, así como un recuadro para darle unidad al mensaje. Por otro lado, al mensaje de “VIVA ESPAÑA”, se le añadió una coma y las siguientes palabras: “NO LA ESPAÑA QUE VOX QUIERE”. Para concluir el panorama, entre ambos mensajes encontré dos líneas cruzadas que, asumo, era un tachón, cuya función comunicativa me es imposible descifrar puesto que, como pueden comprobar, no tachan nada.

Para ser sinceros, no sé qué fue lo más sorprendente. Como persona interesada en la comunicación política, admito que me fascinó comprobar que esa comunicación podía producirse hasta en la puerta de un retrete. En efecto, al haber intercambio e intencionalidad, se producen las condiciones para hablar de acto comunicativo.

Por otro lado, me pareció curiosa la voluntad de imponer el mensaje propio, recordándome a los salvajes procesos de intercambio de pareceres de las redes sociales. Admito que también me llamó la atención la defensa del concepto de España por un militante o simpatizante de extrema izquierda en España. ¿Un rayo de esperanza?

Por último, no dejó de ser fascinante comprobar cómo la extrema izquierda y la extrema derecha llevaban a cabo acciones propias de redes sociales en la puerta, no lo olvidemos, de un retrete. Para que después digan que no se pueden tener pensamientos profundos mientras se vacía la vejiga…

Tengo algunas anécdotas más vinculadas con Gabilondo, pero son casi tan sosas como el propio político, por lo que me las ahorro. Todo lo narrado, insisto, es verídico. Desde la conciencia de que no dejan de ser fragmentos de una experiencia personal, no dejan de ser vivencias que todos los que vivimos “a la madrileña” nos encontramos en el día a día.

Asisto perplejo a una campaña sucia en la que ambas partes –porque ellos mismos han decidido dividirse en dos bloques, no lo olvidemos–, intentan demostrar la barbarie de su rival. Ambos justifican la violencia contra el enemigo, ya sea el ataque antidemocrático que recibió Vox en Vallecas –o Vallekas, como gustéis–, o las amenazas recibidas por diferentes políticos “demócratas” –me encanta ese sentido del humor tan retorcido–.

Unas amenazas que, de ser ciertas, reflejan serios agujeros de seguridad que sorprenden en un contexto como el español. Hay cosas que no me cuadran. Que Rocío Monasterio actúe como una macarra, no tanto. Ni tampoco que los estómagos agradecidos calienten una campaña que, si no fuera por este circo, el bloque de la pseudoizquierda tendría perdida por goleada.

Mientras escribo estas líneas, la última hora es que Isabel Díaz Ayuso ha recibido también amenazas. ¿En un año serán recordadas como simples anécdotas de campaña? Estoy convencido de ello.

Haereticus dixit.

RAFAEL SOTO