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María Jesús Sánchez | Libros

¿Cuánto hace que no me sumerjo en hojas de papel blancas y negras llenas de historias, de vivencias ajenas, de fantasía y de realidades que superan a la ficción? El trabajo con sus lecturas para traducir no me deja tiempo para elegir yo el libro en el que perderme. Termino tan cansada, con los ojos secos de tanta pantalla, con el cuello rígido por la falta de movimiento, que no tengo ganas ningunas de coger un libro. Y es una pena porque mi vida era más feliz cuando era una ávida lectora.



Nadie podrá quitarme esos veranos en el pueblo con mi abuelo cargados de lecturas diferentes. El conde de Montecristo, La dama de las camelias, Historia de dos ciudades, Viento del este, viento del oeste... Son tantas las novelas que me han emocionado y quitado el sueño... Eran como amantes para los que se roba tiempo de donde sea, solo por pasar otro ratito con ellos.

Recuerdo las noches de lamparita y tensión leyendo Los pilares de la tierra. Intriga, injusticias, pasión, amor... esculpidos en buena prosa. ¿Y qué decir de aquella convalecencia veraniega enganchada –creo que es la palabra perfecta para mi estado– a la saga sueca de Los hombres que amaban a las mujeres?

No sabía si era de día o de noche, si el día había sido más cálido que el anterior: lo único que quería conocer era toda la trama que había unido a aquellos personajes. Terminaba uno y cogía el siguiente; el problema vino cuando los terminé todos y me quedé huérfana de un mundo en el que había vivido la última semana –no recuerdo los días en que me bebí las miles de páginas, pero fueron pocos–.

Hay libros que tal cual los termino, los comienzo de nuevo porque no quiero que me dejen, no quiero volver a lo cotidiano. Cuanto más inteligente es el autor, más me atrapan. Y he de decir que una historia simple bien contada es maravillosa, pero no te produce ese subidón que te da la enganchante intriga de una novela negra.

En busca del tiempo perdido fue una delicia pero de esas que son tan saciantes que hay que digerir poco a poco. No es un libro para leer de golpe: hay que darle su tiempo, pararte en un párrafo y oler su belleza. Tampoco puedes tener prisa con Las olas, de Virginia Woolf: te podrías saturar y no disfrutar del balanceo de su escritura.

Volveré a las recetas del doctor Gallardo y me suministraré otro libro.

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ