Ir al contenido principal

María Jesús Sánchez | Hormonas

Sigo con la resaca y el problema es que la nueva embestida está al llegar. No me he podido recuperar y ellas ya están subiendo por mis pies. Este mes, Aníbal y sus hunos, con su caballería entera, han asolado mi pobre cuerpo. Venían disfrazados de hormonas invisibles que corrían como locas por mi torrente sanguíneo.



Primero decidieron acumular líquidos por doquier, haciéndome sentir como un globo pesado que no flota. Mi piel se estiró tanto que la irritabilidad hizo su aparición en forma de pensamientos oscuros cuyas olas gigantes me atraparon sin dejarme apenas respirar. Perdí territorios que creía conquistados, oasis de paz sitos en blancas montañas. El suelo se abrió y apareció un abismo. Un abismo que, por conocido, no deja de ser terrorífico.

Empujada todo el día a pensar y hacer cosas sin parar, yo pedía descanso y equilibrio, y la dictadura hormonal pedía "más madera", aunque el árbol fuese mi esencia. Es difícil nadar en aguas negras y turbias. Lo peor es que fui tan ingenua que creí que con el estandarte de la razón podría sofocar la rebelión que mi cuerpo sufría. Imposible flotar con toda esa loca fuerza convertida en maremoto. No supe ponerme a salvo, no fui capaz de ver el peligro y buscar un lugar seguro en un buen libro.

Me enfrenté a un fantasma que nadie puede controlar y fueron tantas las ahogadillas que aún no me he podido levantar. Y las noto, noto que vuelven porque el espejo me lo dice y porque el sueño se resiste a cubrirme.

¿Seré capaz esta vez de asumir que la naturaleza es así, o al menos la mía, y que no se puede enfrentar lo inevitable? La onagra suaviza los envites, pero no los hace desaparecer. Soy pequeña y débil. Reconócelo, Marta. Me gustaría ser como ese maestro budista que, para ser feliz, "abraza lo inevitable". Ojalá esta vez no trague tanta agua. Ojalá sea lo bastante fuerte para no enfrentarme, para no enfadarme porque mi cuerpo tenga su propio ritmo. Ojalá.

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ