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Pepe Cantillo | Valorar lo público

Estamos en pleno verano. El calor cada año nos parece que es más fuerte y, por tanto, más insoportable. ¿Cambio climático? Desde luego, el panorama no se presenta como muy prometedor en cuanto a grados de calor y lluvias que parecen caprichos directos de dichos posibles cambios. La importancia del tema que ofrezco es grande, aunque depende del rasero (nivel) cultural de cada cual.



Ante enseres públicos, bancos de jardines, fachadas de edificios públicos o privados, siempre suele haber un maltrato de dicho material. ¿Razón? Es público, es de todos y puedo hacer lo que me plazca, incluso puedo romperlo, pintarlo o maltratarlo y usarlo como quiera. El uso-abuso de lo público depende de las posibilidades del personal para poder meter las manos en el pastel.

A nivel popular o al más alto nivel, lo público es de todos. Pintadas sin gracia ni arte en edificios públicos o privados detectan que por allí han pasado unos vándalos que se sienten artistas estrujando un bote de spray. El tipo de edificio da igual. Abarca desde una moderna marquesina de autobús, a una pared anodina o a un edificio con antigüedad y solera artística o a una talla en piedra del siglo XII como es el caso de Santiago. Total, piedras viejas.

Que dichas piedras tienen historia, pues peor para ellas, parece ser que piensan estos genios callejeros. Efectivamente, hay que darles la razón. Son unas piedras pero con historia ¡melón! (mameluco). La cultura del maltrato parece estar muy arraigada en un sector joven del personal.

Monumentos como palacios, iglesias, estatuas, restos de otros momentos culturales o de la época de Maricastaña sufren el paso del tiempo y la desidia del personal. Da igual que puedan tener o no valor como obras de arte. Otro lugar con cierta atracción para la creatividad eran los vagones de los trenes de cercanías. Caprichos del “arte”.

¿Razones de tal desacato? Lo público siempre ha sido minusvalorado precisamente por ese malentendido sentido de propiedad diluida (comunitaria). Cada vez aumenta más la presencia de dichas incultas pintadas como muestra de talento de ese ramplón “arte grafitero” que tatúa la piel de edificios sin el menor miramiento.

Indudablemente dichos “Picassos” dejan su huella porque se supone que quieren pasar a la posteridad artística. Aclaro que me refiero a ese tipo de pintadas burdas, groseras que embadurnan lo que se les pone a tiro. Vamos a lo objetivo.

Hablemos de lo interesante, positivo y de valía mundial que ofrecen los tesoros ubicados en nuestra querida tierra, aunque últimamente está siendo desdeñada y burlada por mentecatos que desprecian (más bien nos repudian) porque, según dicen, no sabemos ni hablar. ¡Cuánto paleto “curto” hay por el mundo…!

Como botón de muestra hago referencia a Córdoba y a Medina Azahara. Hay muchos más lugares en nuestra querida Andalucía. Hace muy poco, dicho conjunto histórico-artístico ha sido declarado bien de Patrimonio Universal. Dicho así podemos pensar que no tiene mayor importancia. Córdoba ya estaba entre las ciudades andaluzas que destacan por su patrimonio artístico. Hagamos un rápido recuento de dichas joyas.

En Granada, la Alhambra, el Albaicín y el Generalife; en Sevilla, la catedral, el Archivo de Indias y el Alcázar; en Córdoba, la Mezquita, el Centro Histórico y, ahora, Medina Azahara; en Jaén, los conjuntos renacentistas de Úbeda y Baeza; en Málaga, los Dólmenes de Antequera. Huelva nos brinda el maravilloso Parque Nacional de Doñana (por desgracia, el fuego lo ronda desde hace algún tiempo) que, en estos días, ha sido centro de encuentro político al más alto nivel.

Envolvamos tales tesoros con tres perlas del Patrimonio Cultural Inmaterial como el Flamenco, la recuperación de la impoluta cal artesanal que embellece a Morón de la Frontera y los floreados Patios cordobeses que enamoran al visitante. Córdoba, sultana y mora, es la única ciudad que tiene en su haber cuatro joyas declaradas.

La importancia de estos tesoros hace que nuestra querida Andalucía sea visitada por mucha gente. A ello hay que añadir el cortés encanto de sus habitantes, la centenaria hospitalidad, la buena y variada comida y cómo no, los vinos generosos que no envidian a nada ni a nadie. Hay muchos lugares para citar, urbanos o rurales.

En nuestra desdeñada España hay infinidad de patrimonio histórico que es visitado por gran número de turistas, tanto extranjeros como nacionales. Oigo decir, con cierta frecuencia, que a los visitantes sólo les interesan el sol y las playas. Lamento tener que llevar la contraria a dichas personas que además, a veces, se las dan de cultas. ¿Y qué podrá decir el moderno grafitero pintamonas?

Tal riqueza significa aumento de visitantes que pasarán para disfrutar de sus monumentos y que, indefectiblemente, dejarán ingresos económicos en la hostelería, en objetos de recuerdo y, sobre todo, se llevarán en su equipaje artístico-emocional el recuerdo de ciudades hospitalarias, gentes acogedoras, rincones encantadores por el arte o por las flores que decoran la ciudad. También puede que recuerden, con algo de incomodidad, el calor de nuestra tierra, sobre todo en verano, pero eso ya pasó.

Con cierto malestar hay que citar el último descalabro de barbarismo acaecido en Santiago de Compostela, cuya catedral también es un tesoro del Patrimonio de la Humanidad. El valiente desacato ha consistido en pintarrajear una estatua del siglo XII.

¿Razones? Desde no estar de acuerdo con el arte que rezuma todo el conjunto de la catedral porque es católica, o porque son muy feas las figuras o porque me sale de los “huevos” y la pintarrajeo como quiero. Eso sí, a escondidas, como lo hacen todo los valientes, ya sean fachas, progresistas, ateos o antiarte (incultos).

Estamos ante un patrimonio que nos pertenece a todos y que engrandece la ciudad donde ese magnífico arte esté. Mi perorata no se centra en ideas ni religiosas ni políticas. Admiro el arte del color que sea y respeto sus manifestaciones. Dicho arte es irrepetible. Pero no puedo obviar la falta de civismo pues, caso contrario, ya no queda excusa para respetar nada. ¿Por qué tengo que respetar a personas, arte, cosas…?

De la mano de un mensaje de la Policía entré en Twitter. La pestilencia del estercolero, sumada al calor medioambiental, hacía irrespirable e inaguantable seguir. ¡Lamentable! La mayoría de entradas daban pena “confundiendo el culo con las témporas”.

La respuesta podría traducirse por "¿a mí qué mierda me importa esa estatua de piedra? ¡Hay asuntos más importantes y no se resuelven!". Dichos tuits carecían del más elemental civismo y el respeto había sido asesinado por la grosería.

PEPE CANTILLO