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Pepe Cantillo | Siete de julio, San Fermín

Hay temas que en caliente no se pueden tratar por el riesgo de incendiar el monte. Hay que dejarlos reposar para reflexionar y aportar razones que ayuden a buscar soluciones. El de hoy, para desgracia, es uno de ellos. Es un desacato grave contra la dignidad y la integridad más elemental de las personas, amén de ser un cáncer moral.



El dicho popular sentencia que “la jodienda no tiene enmienda”. Matizo. Siempre que se actúe con plena libertad y consentimiento mutuo. Lo contrario será agresión o violación monda y lironda. No voy a sermonear sobre el tema pues carece de sentido. Solo realzo que asaltar a una mujer, a una niña hasta violarla es inmoral y un delito. Lo de inmoral puede que nos la sude. El delito no, si la ley es contundente y espero que lo sea.

La sexualidad es una de las tantas apetencias de los seres humanos, al igual que ocurre en otras especies animales, solo que en el caso humano juega un papel importante la voluntad de ambos. Lo contrario es abuso, ofensa, desprecio a la dignidad personal. Si dicha apetencia sexual es consentida, ¡con su pan se lo coman!

Las posibles justificaciones a dicha conducta depravada no se sostienen. Unas son de corte machista; otros son verdaderos dislates. Se hace necesario invocar el peso de la ley para castigar contundentemente tales felonías. Por cierto, a estas alturas del siglo XXI no es de recibo alegar falta de información sobre la sexualidad y sus consecuencias, sobre todo las tan negativas como la violación.

¿Qué nos está pasando? ¿Estamos locos, hacemos maldad por puro pasatiempo, nos importan “tres cominos” un niño, una niña, una mujer para abusar de ellos y ellas? En esta ocasión reitero femenino-masculino para enfatizar aun más. ¿Siempre atacamos a los más débiles porque son frágiles o porque son apetitosos para la lascivia de quien es “propenso a los deleites carnales” (sic)?

Es curioso que teniendo un sinfín de posibilidades a nuestro alcance, que no vivimos en un sistema represivo, que podemos hacer lo que nos venga en gana, que disponemos de libertad y oportunidades, que nadie sermonea con infiernos, pecados y otras zarandajas y pese a todo lo dicho, los abusos sexuales parecen ir en aumento. El libertinaje está a la orden del día.

Según el filósofo Zygmunt Bauman (1925-2017), “todo es más fácil en la vida virtual, pero hemos perdido el arte de las relaciones sociales y la amistad”. Vivimos en una sociedad líquida donde todo está en continuo cambio. Personalmente prefiero tildarla de sociedad “clínex” porque parece que todo es de usar y tirar, incluidas las personas. Eso explicaría muchos desmanes, incluso (¿sobre todo?) los sexuales.

Surgieron voces abogando por una educación sexual y se intentó impartir en la escuela. Pero aun así olvidamos el respeto más elemental a la otra persona, sea macho o hembra. Olvidamos que la libertad, en este caso sexual, implica acuerdo y no solo satisfacción de instintos. Olvidamos que, en este asunto, no cuenta aquello de “aquí te pillo, aquí te mato”. Y no aprendimos a controlar nuestro instinto animal que a veces se desata ciego.

No hemos cambiado mucho. Aducir la Ley de la Selva no sirve. O nos reprime la ley o seguiremos con los planteamientos del macho alfa –negativo– en el caso de la violación. Violar, abusar, dejarse llevar por el instinto predador es una conducta inaceptable que está pidiendo a grito “pelao” actuaciones contundentes para atajarla al precio que sea.

Llegan de nuevo las tradicionales fiestas pamplonicas de San Fermín y con ellas los encierros, diversión, bulla, alcohol a gogó y barra libre para todo tipo de desmanes. ¿Incluidas las sonadas hazañas lujuriosas del año pasado? Esperemos que no.

Los pasados “Sanfermines” fueron aciagos, dado que dicho libertinaje llevó a algunos descerebrados a cometer un verdadero desacato contra la dignidad de la mujer. Conocer un desmán no significa olvidar la posibilidad oculta y ocultada de otros similares que, por desgracia, ocurren en fiestas bullangueras con demasiada frecuencia.

Grave es llevar a cabo una violación, un abuso sexual, pero más sangrante es jactarse de la fechoría pregonándolo a los cuatro vientos para lo cual no tardaron en acudir al ruedo de las redes para difundir su “gran hazaña”. Hay que divulgarlo para que se enteren de lo machos, machotes que somos. Hablo del autollamado grupo “La Manada”.

El caso está en los tribunales de justicia. El fiscal pide 22 años y 10 meses de prisión por delito continuado de agresión sexual, por delito contra la intimidad, por robo con intimidación, además de una indemnización monetaria por daño moral. Según datos de prensa, no era la primera vez que “mojaban”. Cuatro de ellos están imputados por violar a una chica en la localidad cordobesa de Pozoblanco, en mayo del 2016.

Llueve sobre mojado porque prepararon el tema con antelación y le dieron publicidad previa. Premeditación y alevosía se llama a eso. Nada es más denigrante que ufanarse de acciones que atentan contra la dignidad, la libertad, la voluntad de otra persona.

Adolf Tobeña, catedrático de Psiquiatría, en su libro Neurología de la maldad apunta: “En algunos individuos se necesita poco adiestramiento para que manifiesten y ejecuten un variadísimo repertorio de vilezas sin un motivo claro. Acarrean, parece ser, un talento natural para obtener distracción y goce mediante la tortura ajena si las circunstancias lo permiten”.

Tenemos libertad, posibilidades varias, pero somos incapaces de respetar al prójimo o a la prójima porque hemos llegado, en muchos de los casos, a la conclusión de que “mi libertad no acaba donde empieza la de los demás”. ¿Si es mujer? Objeto sexual seguro, dado que mis deseos son superiores a su dignidad. Lamentable e imperdonable dicha postura predadora.

Los que ya somos mayores y venimos de una sociedad más severa y menos permisiva estamos algo fuera de juego ante tanto desacato contra la dignidad de la persona, sobre todo contra mujeres y niños. No acabo de entender dicha conducta pero menos entiendo y más rechazo cuando los autores son personas que ejercen una gran influencia sobre los atacados, ya sean docentes, monitores o entrenadores infantiles, curas, familiares o los propios padres.

En el caso de los “sanfermineros” autoapodados “La Manada”, uno de ellos era guardia civil que se supone está para defender la ley y el orden. Sin comentarios. Estamos ante una manada de cinco animales perversos que no merecen el calificativo de personas. Las tendencias antisociales parece ser que van en aumento...

Réplica de Pamplona a los abusos sexuales de sus fiestas: un plan contra las violaciones en Sanfermines, con policía secreta y despliegue de cámaras. Esta fiesta no es sinónimo de barra libre de abusos sexistas. Dicha réplica denota que quieren estar alerta para evitar desacatos varios. ¡Estupendo! Vale la pena darle un vistacillo al vídeo oficial para quitarnos el mal sabor de boca de las pasadas fiestas y hacer votos por un mejor año con divertimiento y sin angustia para nadie.



Una salvedad. “Abuso sexista” remite a sexismo que significa “discriminación de las personas por razón de sexo” (sic). Alguien ha debido confundirse porque la agresión sexual sí que es tenida como “delito consistente en la realización de actos atentatorios contra la libertad sexual de una persona empleando violencia o intimidación” (sic).

Adenda final. Espero que lo condena sea firme, sin misericordia. Deseo que la Justicia sea sorda y ciega para que la pena se cumpla. Es un error muy socorrido y sibilino, desde mi punto de vista, que en determinados delitos –violación, esclavitud sexual, pedofilia– la buena conducta les condone la pena. Lo siento pero quien la hace que la pague.

Cierro con Tobeña: “La conducta humana cotidiana ofrece muchos más ejemplos de tolerancia, cooperación y confraternización que de deserción, engaño o agresión. Tenemos, además, una extensa circuitería cerebral dedicada a la ponderación, la templanza y el buen tino conciliador, que puede frenar y domeñar, con eficacia, las urgencias y los apetitos potencialmente dañinos”. Afortunadamente para todos nosotros, remacho con cierta confianza y tranquilidad.

PEPE CANTILLO
FOTOGRAFÍA: LA SEXTA