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Pepe Cantillo | El ególatra como sujeto tóxico

En artículos anteriores he ofrecido algunas breves pinceladas sobre la personalidad del ególatra. El Diccionario de la Lengua da poca información sobre este término y remite a "egolatría", que se caracteriza por una exagerada adoración de sí mismo. Como sinónimos de "ególatra" aparecen "egocéntrico", "endiosado", "petulante", "narcisista", "engreído", "interesado", "egoísta" y algún que otro más, sin olvidarnos de "impertinente", "envidioso" y "rencoroso".



Los llamados "ególatras" han existido siempre pero es ahora cuando más se notan, dada la amplitud de los medios de comunicación y la facilidad para aparecer en ellos. Muchos de estos prototipos son ídolos que pueblan un firmamento de estrellas fugaces. Dejo el tema de la idolatría para otro momento.

Sentirse como el ombligo del mundo es algo que define a determinadas personas, aunque ello no quiera decir que sean importantes, ni imprescindibles. Solo son pobres mendigos de afectividad, angustiados por la soledad y cagados de miedo ante los demás y, sobre todo, ante el mundo que les rodea, aunque intenten echarle pecho. 

Hecha esta introducción, prefiero hablar de los ególatras vulgares, gente de a pie. Esos especímenes que están por todas partes y en todos los sembrados. Algunos son verdaderas malas hierbas. La egolatría, llevada al más alto grado, se convierte en una patología que se adhiere a la persona y corroe, como el orín, la parte más humana y convivencial del sujeto. Ni que decir tiene que egolatría y humildad están reñidas.

Atendiendo al origen de la palabra, el ególatra es alguien que se adora a tope (“latría” significa culto desmesurado hacia uno mismo), hasta llegar a tales cotas de veneración que, repito, pueden ser patológicas. No necesita abuela de lo mucho que se quiere.

El exceso de auto-amor le impide mantener unas relaciones sociales duraderas dado que muestra un marcado desprecio a los demás, razón suficiente para que éstos tampoco lo soporten, salvo dependencia por diversas causas. Su círculo de amigos es ocasional y reducido, por no decir nulo.

Es caprichoso y pasa por encima de quien sea para conseguir lo que quiere, entre otras razones porque está convencido de que todo le pertenece. No tiene empatía, ni falta que le hace, piensa él. La empatía es ese talante que capacita para identificarse con los otros e incluso para compartir sus sentimientos. ¿Por qué esa carencia empática? No quiere ni le interesan los demás, salvo para utilizarlos en su beneficio.

Los ególatras tienen mucho de Peter Pan o de Wendy –dos complejos muy interesantes y curiosos–. Como consecuencia de carencias afectivas sufridas en la infancia se sienten desprotegidos y ello les produce angustia e inseguridad. La ausencia física o psicológica de un progenitor suele acrecentar la necesidad de afecto.

En el caso de mandar sobre personas, los ramalazos de egolatría le convierten en un explotador laboral, social y además afectivo. Chantajea y compra a quien se le ponga por delante y, si no puede dominar, no parará hasta destruir, humillar, arrinconar a quien no se le someta.

No conocen amigos porque parten del principio, cierto para ellos, de que todo el mundo va a trampearle. Los ególatras necesitan dominar a cambio de nada. Si ofrecen algo con gesto de magnanimidad solo buscan comprar voluntades que le puedan ser útiles en un momento concreto para, a renglón seguido, prescindir de ellos tirándolos a la papelera después de sonarse las narices con la dignidad de los mismos.

En este mundo nuestro tropezamos con individuos a los que importa bien poco pisotear la dignidad y los derechos de los demás, sobre todo si son subalternos y creen que todos los que le rodean son inferiores. Conducta lamentable, pero eso es lo que hay.

La mayoría de mortales tenemos un cierto concepto de justicia por el cual solemos movernos. Prueba de ello es que ante una descarada injusticia, que atenta contra la dignidad de los demás, nos sublevamos y protestamos en la medida de nuestras posibilidades. Los ególatras son topillos que carecen de vista, de sensibilidad, de compasión y, por tanto, pasan.

El ególatra arrastra complejos desde su más tierna infancia y, sobre todo, está falto de cariño parental. Esto le justifica a la hora de masacrar la afectividad de los demás. Son egoístas a más no poder y pasarían por encima del cadáver de su pareja; incluso serían capaces de sacrificar a un hijo por mandato de sus intereses. Y en este caso no hay un cordero como sustituto, ni un ángel que esté al quite.

Sufren del complejo de Abraham, que según cuenta la Biblia, su dios le pide sacrificar a su primogénito Isaac y no dudó en hacerlo. Al ególatra no es un dios quien le pide dicho sacrificio, es su interés como camino para un lejano punto de llegada al que dirige su vida, cueste lo que cueste y caiga quien caiga. Posiblemente no lo sabe pero terminará solo y despreciado por los demás.

Al considerarse superior al resto de mortales, tiene dificultades para mantener relaciones con el entorno. De entrada, todos los que le rodean son incompetentes e inútiles, razón para utilizarlos y, a renglón seguido, despreciarlos y dejarlos de lado. Su comportamiento suele ser caprichoso y no cejará hasta obtener lo que quiere. Lo mismo que compra a las personas, prescinde de ellas cuando ya no le interesan.

Notas características del ególatra frente a los demás. Las cosas o se hacen como quiere él o no se harán. Aunque esté equivocado, nunca dará su brazo a torcer. Sólo cederá si prevé que los daños para él puedan ser mayores pero, como buen zorro que es, esperará agazapado. ¿Pedir disculpas? Por favor, no sabes con quién estás hablando.

Como rasgos positivos (¡es broma!) –espejismo de una falsa personalidad– tienen una untosa amabilidad, generosidad cicatera, pose de confianza postiza y fingida simpatía; no admiten el no por respuesta, se ofrecen para sacarte de un supuesto atolladero... Dan jabón con la mejor de sus sonrisas. Todo para deslumbrar.

Posibles señales que el ególatra emite. Tiene gran habilidad para ocultar intenciones y alcanzar sus objetivos que no son otros que engatusar. No tiene problema en pasar por encima de quien sea con tal de conseguir lo que quiere. Suele regalar-ser dadivoso para que te sientas en deuda con él. No lo dudes que te pasará factura en el momento que lo crea necesario.

Es antojadizo, inconstante, le gusta vanagloriarse del poder que tiene sobre los demás y si posee dinero –el prototipo suele ser alguien que alardea luciendo un fajo de billetes–, se muestra espléndido a la hora de dar, gesto que le vale para comprar voluntades puesto que el otro siempre suele caer en la trampa.

Su egocentrismo es tan potente que necesita ser constantemente el epicentro de todo. El diccionario de Psicología define "egocéntrico" como una disposición de ánimo de quien lo refiere todo a sí mismo. Este tipo de actitud, normal en niños de 4 a 6 años, también está presente en neuróticos o retrasados afectivos que son incapaces de dejar de ser el centro. No han crecido emocionalmente.

Los egocéntricos presentan síntomas de atraso afectivo como falta de madurez psíquica acaecida en la infancia. Por lo normal, dicho retraso suele curarse con el tiempo aunque en algunos individuos no tiene solución y perdura a lo largo de toda la vida.

La depresión suele hacerle visitas con cierta regularidad, razón por la que la existencia de algunos de ellos está saturada o impregnada de antidepresivos, ansiolíticos e, incluso, drogas genéricas para adormecer la conciencia y levitar por encima de la realidad cotidiana, que se hace anodina e insoportable.

PEPE CANTILLO