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Pepe Cantillo | El sabio que llegó al público

Umberto Eco nace en la ciudad italiana de Alessandria (Piamonte) y muere en Milán a los 84 años, tras sobrellevar estoicamente la rémora de un cáncer. Como en botica, las apostillas a su obra son múltiples y variadas. Por la información que he rastreado, los comentarios post mortem sobre su producción dan mucho juego.



Hay de todo: encendidos elogios, soterrados alfilerazos, críticas sinceras y afectuosas, intencionados e hirientes puyazos. Está claro que es ilusorio gustar a todos; es más, diría que cuando se complace a todos, algo no encaja bien. ¿Motivo? Suscitar una opinión unánime sobre alguien es imposible.

Nos dejó un grandullón de cuerpo y mente con una versatilidad intelectual asombrosa. Nos dijo adiós un sabio, un gran humanista con una cabeza muy bien amueblada. Fue un pensador en el más amplio sentido de la palabra.

Como demócrata y liberal mantenía una actitud abierta y crítica. Como intelectual de gran talla toca, con acierto, muchos palos y prueba de ello es la gran cantidad de obras que lega como herencia. Como agnóstico convencido, respetaba las distintas creencias sin perder el tiempo en vanas discusiones.



La obra que le dio fama mundial fue El nombre de la rosa, aparecida en 1980 y que rápidamente se convirtió en un éxito internacional. Ha sido traducida a más de cien idiomas y de ella se han vendido millones de ejemplares y se ha rodado una buena película. Esta obra me permitió descubrir al posterior Umberto Eco.

La novela me enganchó de tal manera que la leí de un tirón, eso sí, saltándome “las galletas” que iban apareciendo en latín para poder leer más deprisa. En una segunda lectura, en castellano, mastiqué con tranquilidad toda la novela, incluidos los párrafos en latín. Finalmente la releí en italiano. ¡Un placer!

Cuando proyectaron la película (1986), me fui presto a verla a sabiendas de que, por lo general, no suelen superar al libro. Pero, no me defraudó la actuación de Guillermo de Baskerville (Sean Connery) y la adaptación que hicieron de la novela. En este caso me equivoqué y disfruté el doble.

Dicha obra supone un impacto literario de suma importancia, tanto para el lector como para la posterior proliferación de un gran número de las llamadas "novelas históricas", unas buenas y otras no tanto, que se han escrito a partir de entonces. Sin proponérselo, logrará renovar dicho género literario. Eco ha dicho en multitud de ocasiones: “No me gusta 'El nombre de la rosa', es mi peor novela”. Si él lo dice…

El péndulo de Foucault, su segunda novela, no pude terminarla. Seguramente deposité muchas expectativas en ella y no produjo la esperada satisfacción. Como lector suelo obligarme a llegar hasta el final en la lectura de un libro, aunque a veces no lo consiga. Torpe que es uno.

La producción literaria de Eco es muy extensa. En su haber tiene siete novelas y medio centenar de libros, entre ensayos sobre estética medieval, lingüística o filosofía, amén de múltiples artículos en prensa. Sin embargo, al gran público llegará como novelista.

El resto de novelas de Eco las he leído todas, unas con bastante provecho y agrado y otras con menos entusiasmo como es normal en estos casos. Comentario aparte merece el conjunto de su abundante y rica producción de la que solo referiré dos obras. Espacio y tiempo mandan.

En 1996 publica ¿En qué creen los que no creen?, producto de un intercambio epistolar entre Eco y el cardenal Martini, aparecida en la revista Liberal. Son cartas que tratan sobre el fin del mundo, el aborto, el sacerdocio de las mujeres, las bases de la ética en el final del milenio. El tema sobre la intervención de la mujer en la Iglesia está de plena actualidad por las últimas propuestas del papa Francisco.

Por iniciativa de la revista, se suman al proyecto otros escritores con el deseo de buscar la verdad dejando de lado las divergencias personales. El epistolario se enriquece con la intervención de dos filósofos, dos periodistas y dos políticos, dando como final quince enjundiosos artículos cuya meta es caminar juntos a la búsqueda de la verdad. Uno de los participantes será Indro Montanelli, fallecido en 2001. Eco y Montanelli tienen en común, entre otras cosas, un rechazo frontal a Berlusconi.

En 2015 aparece su última novela Número Cero, en la que plantea los tejemanejes de los medios de comunicación. El repaso que le da al periodismo es genial e interesante. En el programa Salvados llamará a los medios de comunicación como “la maquina del fango”. Deja claro que: “Para deslegitimar a alguien es suficiente con decir que ha hecho algo”. ¿El qué? No importa.



El hilo conductor de Número Cero es la preparación de un periódico que nunca saldrá a la luz. Cito algunas perlas: “los periódicos enseñan a la gente cómo debe pensar. La tele se lleva el papel principal y nos deja las migajas”. “Los periódicos no están hechos para difundir sino para encubrir noticias”. “No son las noticias las que hacen el periódico sino el periódico el que hace las noticias” (pág. 59).

“Los periódicos mienten, los historiadores mienten, la televisión hoy miente”, remacha (pág. 42). Si a ello añadimos que “el lector tiene una memoria corta” (pág. 122), se hace patente que “la maquina del fango” funciona y sólo queda una clara manipulación por parte de los medios escritos y hablados. El periódico “Mañana (Domani)” debe ser un instrumento de chantaje en lugar de información.

En la página 20 dice Colonna: “los perdedores, como los autodidactas tienen siempre conocimientos mas vastos que los ganadores. Si quieres ganar tienes que saber una cosa sola y no perder tiempo en saberlas todas; el placer de la erudición está reservado a los perdedores. Cuanto más sabe uno es que peor le han ido las cosas”.

Remato con lo siguiente: “El mundo es una pesadilla. Yo quisiera bajarme, pero me han dicho que no se puede, viajamos en un rápido sin paradas intermedias” (pág. 215). Son palabras que Colonna, el protagonista, le dirá a Maia.

La obra póstuma de Eco, Pape Satán Aleppe. Crónica de una sociedad líquida, vio la luz en Italia el 27 del pasado febrero con la apabullante venta de 75.000 ejemplares nada más salir. No es una novela sino la recopilación de artículos publicados en el semanario L'Espresso. Artículos que, en cierta manera, encierran una visión de los últimos quince años. En España aparecerá en este mes de mayo.

Una primera lectura, rápida y superficial de la edición italiana, me ha dejado una visión general del contenido de la obra que en la solapa interior apunta: (tenemos) “crisis de las ideologías, crisis de los partidos políticos, individualismo desenfrenado… Este es el ambiente en que nos movemos dentro de una sociedad liquida donde no siempre es fácil encontrar una estrella Polar (aunque es tan fácil encontrarse con estrellas y estrellitas)”, apunta con gran ironía el editor.

Cito algunos temas que trata: “La sociedad líquida. A paso de cangrejo. Los viejos y los jóvenes. Sobre el teléfono móvil. Varias formas de racismo. La buena educación. Entre religión y filosofía. De la estupidez a la locura”. Dichos apartados se desgranan en una entretenida y sabrosa disquisición.

Con respecto a Internet, es bastante duro y caustico. Dice: “La red está superpoblada de imbéciles…, le da derecho a la palabra a legiones de imbéciles que antes hablaban solo en el bar sin dañar a la colectividad…, el drama de Internet es que ha aprobado al tonto del pueblo como el portador de la verdad”.

El material de hoy está escrito desde finales de febrero, pero cierto rubor me impedía darle salida porque no soy especialista en su producción y reconozco que la ignorancia es muy atrevida. En titulares del 22 de febrero, decía El País: “Muere Umberto Eco, el sabio que llegó al público, e impulsó el placer de la lectura a millones de personas…”. ¿Exagera el articulista? Creo que no.

Umberto Eco era un sabio con un buen sentido del humor y, sobre todo, con arte para plasmar una visión erudita pero entretenida. Siempre navega entre la filosofía, la crítica constructiva sazonándolo todo con suaves notas de irónico humor. Creo que el comentario del periodista Juan Cruz le hace honor a este gran pensador y a la par puede valer como epitafio: “era un sabio que conocía todas las cosas simulando que las ignoraba para seguir aprendiendo”.

PEPE CANTILLO
FOTOGRAFÍA: DAVID CANTILLO