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Antonio Salas | Mercaderes del templo

La icónica imagen en rojinegro del Che Guevara con su boina militar adornada por una estrella de cinco puntas es una marca registrada que genera millones de dólares a su propietario y con la que incontables empresas del mundo hacen caja imprimiéndola en camisetas, banderas, pancartas, carteles, pegatinas y todo tipo de merchandising imaginado y por imaginar.



¿Sabías eso, lector? Pues sí. Transcurridos cincuenta años de su muerte, la repercusión más significativa del Che Guevara se concreta en una imagen que es un producto comercial más en la dieta nutritiva de ese capitalismo al que el mitificado guerrillero comunista combatió a base de fusil.

En verdad, lector mío, también lo antisistema es un producto de mercado que genera pingües beneficios económicos y a cuyo consumo anima el propio sistema al que aparentemente fustiga. No es algo nuevo. Hace dos mil años, un movimiento llamado cristianismo generó unos símbolos e iconos que el propio sistema al que combatía incorporó como propios y comercializó de manera ejemplar. Y tan ejemplar. Es en lo que, también, a cinco años vista, parece que se ha convertido eso que llaman 15 M.

El 15 de mayo de 2011, con un Gobierno socialista en España sitiado por una crisis económica surgida como por arte de magia y en vísperas electorales, una novedosa manera de protesta, organizada de forma anónima, que no espontánea, a través de los teléfonos móviles e Internet, consiguió concentrar a masas de gente en las plazas de las ciudades para poner de manifiesto y denunciar el divorcio entre la política y la ciudadanía.

Las consecuencias inmediatas de aquellas manifestaciones fueron la caída de aquel Gobierno socialista, la victoria electoral del Partido Popular por mayoría absoluta y el nacimiento de un nuevo partido político liderado por quienes entonces eran anónimos, que no espontáneos, organizadores de las protestas.

Han transcurrido cinco años y algunos miles de nostálgicos se congregaron hace unos días en la madrileña Puerta del Sol para celebrar el aniversario de aquel evento. Ni por asomo llegaban a igualar en número a lo que se suele congregar allí una Nochevieja a la espera de las doce campanadas, pero se hacían ver. Ya no protestaban ni manifestaban indignación. Todo tenía un aire festivo.

En plena plaza, una cadena de televisión montó su plató para retransmitir en directo el espectáculo y entrevistar a los entonces anónimos, que no espontáneos, organizadores y ahora conocidos dirigentes del nuevo partido, convertidos ya en diputados, cargos públicos o asesores de cargos públicos, anunciando que, con ellos, el fin de los problemas está garantizado. También proliferaban los tenderetes de mercadillo con los típicos souvenirs del 15 M, entre los que supongo que no faltaría merchandising con la imagen del Che Guevara.

Sentado frente al televisor, te confieso, lector paciente, que al ver esto me vino a la mente, no sé por qué, la escena evangélica en la que el Nazareno, látigo en mano, echaba del templo a los mercaderes allí instalados. Pero nada alteró el guion previsto. Aquellos “mercaderes” de la Puerta del Sol siguieron pregonando y vendiendo su mercancía hasta que el programa de televisión finalizó y, con él, se puso fin al 15 M de este año.

ANTONIO SALAS TEJADA