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María Jesús Sánchez | Emoción

A veces confundo sensibilidad con debilidad y no es lo mismo. Es verdad que soy muy sensible a todo lo que me rodea y me enervan las injusticias, la sinrazón, la superficialidad y el egoísmo. Pero he de ser justa. Mi maravillosa sensibilidad me ha proporcionado momentos muy felices. Esta tarde, por ejemplo, he cogido el disco de Mediterráneo de Serrat que me regaló mi tío José, el hermano pequeño de mi padre y considerado por mi progenitor como un hombre que carece de lo que para él es lo más fundamental en la vida: la ambición.



Aunque eso no es verdad, él siempre ha tenido una gran ambición: ser el tío Alberto al que Juanito Serrat llama "cochino". Siempre ha querido ser el " el rey del país del sueño y la quimera" y encontrarse al final del camino con "una piel dulce de veinte años". Claro que eso no vale dinero, eso no se puede contar en euros y lo que es peor: no se puede vender. Vamos, que es algo irrisorio y estúpido para mi padre.

No había hecho nada más que poner la aguja sobre el vinilo cuando las chicharras han empezado a cantar y el calor del verano se ha colado por este mes de diciembre y en mi ventana se ha dibujado un mar antiguo surcado por un velero fenicio. Era la primera canción. Mediterráneo. Yo era una gaviota llevada por el viento que observaba a los niños de la playa de Sorolla que jugaban a mojarse.

Pero la emoción fuerte vino sin avisar, a bocajarro y se coló por la ventana abierta moviendo las cortinas para esconderse detrás de la puerta. Aquellas pequeñas cosas. Y he llorado, como dice Serrat, sin que nadie me viera. Y es que los recuerdos siempre nos acechan para robarnos una sonrisa, para regalarnos una lágrima o cuando tenemos suerte, para que un escalofrío nos recorra la escalada de abajo arriba. Nada define mejor esa sensación para mí que la palabra "frisson" que es como los franceses llaman a esa descarga eléctrica que sentimos cuando algo nos llega hasta el alma.

¿Cómo explicar la sensación que me posee cuando recorro un museo? Mi piel se abre y se prepara para sentir, mis ojos captan los colores y las luces y envían esa mezcla a mi cerebro y él la procesa, la parte en trozos, la vuelve a unir, pero la que se emociona, la que siente es mi piel.

Me encanta la palabra "sinestesia". Según la RAE es una imagen o sensación subjetiva, propia de un sentido, determinada por otra sensación que afecta a un sentido diferente. Y es que los sentidos se funden, se pelean, son incoherentes, la lengua acaricia, los ojos saborean... y a mi epitelio le gusta la belleza de los paisajes sobremanera.

Cuando estoy difusa, cuando mis piezas mentales no encajan lo único que me baja a la vida son los sentidos, ellos me traen el equilibrio. La emoción nunca me tambalea, de eso se ocupa el miedo. ¿Y qué puedo decir de esa mirada que te atrapa, te envuelve y hace que se detengan todos los relojes del mundo? Esos ojos que se convierten en una niña coqueta a la que no puedes dejar de mirar. Decía Bécquer, que "por una mirada, un mundo" y yo diría que un universo entero. Yo no podría vivir y sentir todo esto si no fuera por esa amiga que tantas veces rechazo: mi dulce sensibilidad.

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ