Ir al contenido principal

La quimera de un mundo feliz

Nos movemos desde hace algún tiempo en el marco de una educación débil que sólo consigue desorientar al personal a la par que pretende protegerlos y poner más fácil el logro de determinadas metas. Prima la ética de la diversión, el deseo de pasárselo bien. El mundo actual nos ha vendido que lo importante no es ganar sino participar, con lo cual competir no está bien visto ya que se trata, repito, de participar y no de ganar. Ese planteamiento sería fabuloso en un edén idílico pero no vale para un mundo real donde ganar aun pasando por encima del otro, por desgracia, está permitido. Vale en un mundo cuya meta a conseguir es ser feliz antes que inteligente. ¿Al precio de lo que sea?



En este ambiente de hedonismo, no general, pero sí bastante generalizado, es lógico que el vocablo "empeñarse" no goce de interés alguno, frente al atractivo de mensajes como "moda", "placer", "progreso", "democracia" o "libertad". Con respecto a los conceptos "democracia" y "libertad" creo que confundimos o, si lo prefieren, subvertimos a capricho su genuino significado para actuar acoplando dichos conceptos a nuestras conveniencias.

Vivimos en una época muy acelerada y supuestamente de bajo costo (low-cost). Las distancias están a un tiro de piedra. Sin embargo, para volar por la vida hemos ido dejando toda una serie de valores que daban dignidad, entendida como grandeza, a nuestro caminar.

Vivimos en la fugacidad del momento, de las relaciones, de los encuentros. La vida muelle del “carpe diem” prima sobre cualquier otro planteamiento. Todo es efímero: sentimientos, enamoramientos, amistades, compromisos… y un largo etcétera. Vivimos en una sociedad hedonista en la que conceptos como sacrificio, empeño, compromiso, honradez, respeto, valor de la palabra dada…, suenan a anacronismos de un lenguaje obsoleto y rancio.

Nos están vendiendo por todas partes el derecho a una vida feliz y esa idea puede y es muy bonita, Niños felices, jóvenes festoleros, adultos divertidos. Casi sin darnos cuenta nos han introducido a todos en una peligrosa fantasía al estilo del Mundo feliz de Aldous Huxley, en una sociedad infantilizada y placentera. El problema aparecerá el día en que cada uno debamos enfrentarnos a la vida real o a la realidad de la vida.

Se nos suele decir que vivimos en situación de permanente crisis y parece que es cierto. Puede que en esta aldea global en la que vivimos se note aún más dicha situación. Toda crisis moral, económica, social, política es como un huracán que arrasa a su paso todo aquello que se le pone delante. Siempre hay crisis de valores, afortunadamente.

Indudablemente el huracán arranca todo lo que puede, esa es su razón de ser, y produce heridas profundas y daños irreversibles, pero también da paso a nuevas esperanzas, a brotes de nueva vida. Toda crisis es como una fiebre para el organismo social, político, económico y moral que permite crecer, resurgir de las cenizas renovados, cual moderna ave fénix.

Dicho crecimiento tiene sentido si somos capaces de pararnos a reflexionar para asentar sentimientos, creencias, valores. El reto está en la capacidad de la inteligencia humana para adaptarse a las diversas circunstancias. Claro que para afianzarnos en posturas de esperanza hay que confiar en la bondad humana, aunque a veces parezca que está muy escondida, pero está.

¿La vida real parece que es otra cosa? Afortunadamente no todo está perdido mientras tengamos un proyecto en el que creer, por el que luchar abriendo caminos para transitar hacia la libertad de ser, de pensar, de actuar. Rousseau (1712-1778), filósofo de la época de la Ilustración, defendía que somos buenos por naturaleza. Bajo esta premisa no todo está malogrado mientras existan personas que prefieren ser veraces, auténticas, que se preocupan por los demás: enfermos, mayores, necesitados y un largo etcétera. Hablo de Humanismo a lo grande, aunque desde el anonimato del día a día. Hay más bondad a nuestro alrededor que maldad, aunque siempre se nota más, porque huele, lo podrido.

PEPE CANTILLO
FOTOGRAFÍA: DAVID CANTILLO