Nadie tiene dudas de que el sector turístico andaluz está aguantando la crisis mejor que otros sectores, si bien ello no debe suponer que encomendarnos al santo turismo pueda ser la única solución. Es cierto que el sector también necesita inversión, cambios y nuevas estrategias, que otros países como Portugal e Italia aprovechan las bajadas de impuestos para ser más competitivos y que, por diferentes razones, perdemos potencial ante países como Croacia, Turquía o Egipto para comunidades fuertes como la rusa.
No obstante, los datos pueden ser alentadores a tenor de nuestro puesto en los diferentes rankings de turismo: segundos en ingresos turísticos, después de Estados Unidos, y cuartos en número de turistas, después de Francia, EEUU y China.
En cualquier caso, esto poco ayuda a resolver el interrogante de la presente columna. Yo soy de los que siguen pensando que una vez perdidos sectores como la construcción o el textil, el aceite de oliva debe seguir manteniendo un papel referente en cuanto a motor económico se refiere. Para ello será necesario seguir mimándolo y cuidándolo, incorporando las mejoras y adaptaciones necesarias.
Creo que sigue siendo así, aunque en la calle la sensación sea que desde los poderes públicos se está apostando todo a una sola carta; Torreparedones. Sin duda se trata de un proyecto caro, a varias décadas vista y quizás con unos resultados no tan esperados, dado que posiblemente pueda dar respuesta a un turismo altamente especializado y minoritario, insignificante en el balance económico global.
Aconsejados por la propia comunidad científica representada por la Universidad, a veces me pregunto si es ésta la misma Universidad que obedece al interés general, o en cambio ahora mira más para sí misma, teniendo como único objetivo la búsqueda de proyectos con financiación pública para el desarrollo de sus estudios.
Y es que si es Enresa quien paga y hay que decir que la energía nuclear es buena, pues se dice. Por la misma regla de tres, cuando se les deje de pagar, igual Torreparedones deja de estar en el mapa científicouniversitario, como ya ocurriera con otros yacimientos arqueológicos cercanos.
En cualquier caso, yo también soy de los que dan un voto de confianza, de los que prefieren las inversiones en nuestra cultura, frente a la inversión en nuevos edificios públicos que después no podemos mantener o, incluso, frente al arreglo de calles y cambio de mobiliario urbano cuyo único objetivo es el gasto, ‘dar jornales’ y que la vecindad diga ‘que bonito se ha quedado’. Y es que los jornales se pueden dar de muchas maneras.
En este tema turístico, lo que quizás más me preocupa son los cambios y mutaciones que se producen en el sector y que no obedecen a ninguna lógica, por lo que jamás nos los encontraremos en ningún manual de los cursos universitarios que se imparten en Baena.
Y es que a veces, cosas tan fáciles como pintar todo un pueblo de azul o que una persona estropee un fresco del Ecce Homo pueden suponer una afluencia turística mayor que la de cualquier proyecto de decenas de millones de euros de inversión.
Si eso es así, en Baena tendremos que dotarnos de ingenio para conseguir nuestro objetivo, dinamizar y diversificar la economía local, pero si por algo nos hemos siempre caracterizado los baenenses es por la falta de ingenio, a tenor del saber popular local que nos recuerda el refrán de “Baena no es creadora, sino seguidora”. Quizás sea el momento de ir cambiando en algo.
No obstante, los datos pueden ser alentadores a tenor de nuestro puesto en los diferentes rankings de turismo: segundos en ingresos turísticos, después de Estados Unidos, y cuartos en número de turistas, después de Francia, EEUU y China.
En cualquier caso, esto poco ayuda a resolver el interrogante de la presente columna. Yo soy de los que siguen pensando que una vez perdidos sectores como la construcción o el textil, el aceite de oliva debe seguir manteniendo un papel referente en cuanto a motor económico se refiere. Para ello será necesario seguir mimándolo y cuidándolo, incorporando las mejoras y adaptaciones necesarias.
Creo que sigue siendo así, aunque en la calle la sensación sea que desde los poderes públicos se está apostando todo a una sola carta; Torreparedones. Sin duda se trata de un proyecto caro, a varias décadas vista y quizás con unos resultados no tan esperados, dado que posiblemente pueda dar respuesta a un turismo altamente especializado y minoritario, insignificante en el balance económico global.
Aconsejados por la propia comunidad científica representada por la Universidad, a veces me pregunto si es ésta la misma Universidad que obedece al interés general, o en cambio ahora mira más para sí misma, teniendo como único objetivo la búsqueda de proyectos con financiación pública para el desarrollo de sus estudios.
Y es que si es Enresa quien paga y hay que decir que la energía nuclear es buena, pues se dice. Por la misma regla de tres, cuando se les deje de pagar, igual Torreparedones deja de estar en el mapa científicouniversitario, como ya ocurriera con otros yacimientos arqueológicos cercanos.
En cualquier caso, yo también soy de los que dan un voto de confianza, de los que prefieren las inversiones en nuestra cultura, frente a la inversión en nuevos edificios públicos que después no podemos mantener o, incluso, frente al arreglo de calles y cambio de mobiliario urbano cuyo único objetivo es el gasto, ‘dar jornales’ y que la vecindad diga ‘que bonito se ha quedado’. Y es que los jornales se pueden dar de muchas maneras.
En este tema turístico, lo que quizás más me preocupa son los cambios y mutaciones que se producen en el sector y que no obedecen a ninguna lógica, por lo que jamás nos los encontraremos en ningún manual de los cursos universitarios que se imparten en Baena.
Y es que a veces, cosas tan fáciles como pintar todo un pueblo de azul o que una persona estropee un fresco del Ecce Homo pueden suponer una afluencia turística mayor que la de cualquier proyecto de decenas de millones de euros de inversión.
Si eso es así, en Baena tendremos que dotarnos de ingenio para conseguir nuestro objetivo, dinamizar y diversificar la economía local, pero si por algo nos hemos siempre caracterizado los baenenses es por la falta de ingenio, a tenor del saber popular local que nos recuerda el refrán de “Baena no es creadora, sino seguidora”. Quizás sea el momento de ir cambiando en algo.
PEPE R. SILLERO
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