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Aureliano Sáinz | Todos tenemos sentimientos

Siempre me ha llamado la atención que haya gente o asociaciones que manifiesten que existen sentimientos religiosos separados del ámbito de las emociones que todo ser humano porta, como si esos sentimientos fueran especiales o singulares dentro de la estructura emocional de la persona.


En cambio, sí es aceptable reconocer que existen creencias religiosas específicas dentro de la diversidad de credos de los distintos países del mundo. También que también hay gente que no comparte esas creencias porque pertenece a otra religión o, sencillamente, porque se guía por los dictados de la razón y de la ciencia.

Pero lo más sorprendente es que aparezcan asociaciones profesionales que lleven, por ejemplo, la denominación de cristianos con el fin de delimitar la libertad de expresión en la sociedad bajo el argumento de defender lo que ellos llaman sentimientos religiosos.

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A estas alturas, distintas disciplinas, como puede ser el caso de la Psicología, han abordado la génesis de los sentimientos con los que todos nacemos, y los que se van formando en el proceso de desarrollo cognitivo y emocional.

De manera un tanto simplificada, los sentimientos se pueden clasificar en positivos (amor, alegría, felicidad, empatía, compasión...) y negativos (miedo, pena, tristeza, ira, celos, envidia, rencor, frustración...), aunque debo apuntar que es una separación no tan clara para algunos de ellos. Por ejemplo, el miedo, inicialmente, tiene una función de supervivencia por lo que sin este sentimiento la vida correría un claro riesgo.

Partiendo de los sentimientos básicos, y a medida que crecemos, van surgiendo otros de manera que se complejiza todo este entramado en la formación de la red emocional de cualquier adulto. De este modo, cabe afirmar que los sentimientos son comunes a todos; la diferencia estriba en saber en qué medida se afianzan en cada individuo, ya que se pueden fortalecer algunos y minimizar otros. De ahí que me haya servido de una imagen en la que vemos a la gente caminando por la calle como signo de esa igualdad emocional básica de los seres humanos.

Por otro lado, quien tenga curiosidad por penetrar en el complejo mundo de los sentimientos le invitaría a que conociera el Universo de emociones, obra que contiene un diseño visual realizado a partir de la propuesta de Eduard Punset, divulgador científico, y Rafael Bisquerra, psicólogo y catedrático de la Universidad de Barcelona.


Así, por ejemplo, si miramos con detenimiento la imagen creada para explicar el conjunto de emociones negativas que se asocian a la ira, comprobaremos que hay casi 70 pequeños círculos que, a modo de satélites, se encuentran alrededor del cuerpo central o círculo que representa a la ira.

Sería agotador, pues, describirlos todos, pero no está mal citar algunos de los que se muestran en la imagen: rencor, furia, enfado, rabia, indignación, fastidio, hostilidad, resentimiento, odio, despecho, animadversión, encono, etcétera. Y si existen todos esos términos, que nos pueden parecer similares, se debe a que cada uno de ellos encierra matices que lo hace que se diferencie a los otros, por lo que tiene sentido que tenga un nombre específico.

Ahora cabe hacer la pregunta: “¿Aparece el sentimiento religioso en ese universo de emociones que nos describen Punset y Bisquerra?”. Pues, claramente, no. En los cientos de nombres que hay para describir todas las emociones que podemos reconocer en el ser humano se debe a que, de algún modo, las hemos podido experimentar en alguna ocasión o las hemos percibido en los demás.

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Así pues, se les podría decir a esos abogados cristianos que es posible hablar, por ejemplo, de amor, admiración, confianza, fidelidad, apego, ejemplaridad, etc., que, supuestamente, nacen de sus creencias. Pero es que esos sentimientos los pueden experimentar otras personas que tienen creencias o convicciones muy distintas a las suyas. No son, por tanto, exclusivos de unas determinadas creencias religiosas.

Quizás, el problema radique en que dentro de sus posturas falten emociones tan importantes como las de tolerancia, respeto, modestia y aceptación de otros valores que no están ni por encima ni por debajo de los suyos, puesto que en una sociedad democrática y laica hay que admitir la pluralidad de ideas y cosmovisiones.

Y solamente bajo esta madurez colectiva es posible avanzar hacia sociedades tolerantes, abiertas y pacíficas, en las que el fanatismo y el odio, más o menos explícitos, que ahora tan extendidos están por el mundo (y lamentablemente en nuestro país), aminoren la marcha ascendente que día a día, atónitos, comprobamos.

AURELIANO SÁINZ
FOTOGRAFÍA: AURELIANO SÁINZ

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