¡Qué tiempos aquellos en los que había que desplegar mucha imaginación a la hora de hacer las chuletas para que el profesor, en la hora nefasta del examen, no te descubriera en el ‘delito’ que ibas a cometer! Creo que se ha escrito poco acerca de las destrezas que por entonces se empleaban, puesto que muchas veces esas chuletas eran pura artesanía y, más aún, si consideramos que se elaboraban también según el género, dado que las chicas con el pelo largo y el ropaje más complejo tenían otros lugares en las que camuflarlas.
Lo cierto es que las formas de copiar en los exámenes han ido evolucionando con el paso del tiempo y las transformaciones sociales, especialmente con la aparición del mundo digital. Imagino que, a pesar de esos cambios, en algunos casos seguirán los métodos tradicionales, sobre todo cuando se convocan pruebas u oposiciones en las que se juntan cientos o miles de aspirantes a las plazas. Pero, ojo, ellos también saben que están supervigilados por el amplio número de profesores que se despliega en estas ocasiones.
Lo que indico lo expreso desde la otra barrera, ya que gran parte de mi vida me he movido como profesor dentro del campo de la enseñanza universitaria. He de admitir que ahora soy bastante ignorante de esos modos de copiar. La razón se debe a que desde siempre he planteado la evaluación de los alumnos en las asignaturas que impartía a partir de trabajos que iban realizando a lo largo del curso, tanto de la teoría como de las prácticas.
Era un trabajo de evaluación un tanto agotador, especialmente, cuando debía corregir los trabajos escritos, que finalmente les devolvía con las correcciones pertinentes. Pero siempre he considerado que es el mejor método de aprendizaje, pues ellos tenían que ir siguiendo la asignatura y, paso a paso, planificando los tiempos, dado que no se trataba, como habitualmente sucede, que en las fechas anteriores a los exámenes estuvieran ‘empollando’ para soltarlo en la prueba y a los pocos días olvidar lo que habían escrito.
He de reconocer que cuando el trabajo era escrito sobre el dibujo del escolar, a partir de los que habían recogido en los colegios, se dieron casos de que la parte teórica coincidían totalmente. De lo que se deducía que algún alumno le había pedido el trabajo a otro, indicándole que era “para orientarse”, puesto que no le daba tiempo, o cualquier otra excusa.
En esas situaciones, llamaba a los dos implicados al despacho para debatirlo privadamente. Solía suceder que, tras muchas resistencias, al final el que había presentado lo mismo que su compañero o compañera, y le había engañado, no le quedaba más remedio que admitir que había utilizado su trabajo.
Lo que no me podía imaginar es que en este curso me iba a encontrar con trabajos realizados con Inteligencia Artificial, especialmente a ChatGPT. Bien es cierto que solo fueron siete casos de un total de sesenta alumnos. Y no eran precisamente de los estudiantes más trabajadores, puesto que no habían aparecido por las clases en las que a los que asistían les iba mirando y corrigiendo personalmente lo que habían realizado.
Lo más sorprendente de todo esto es que la parte teórica la tenían que realizar a partir de dos libros míos, El arte infantil y El dibujo de la familia, que aparecen en el programa de la asignatura y de los que tienen a su disposición unos veinticinco ejemplares en la biblioteca de la Facultad para que puedan consultarlos.
Me quedé sorprendido. No podía imaginarme la osadía o, quizás, la confianza infinita que mostraban hacia la IA para creer que todo lo que de ella salía era totalmente correcto. No pasó por sus cabezas que utilizando ChatGPT aparecían palabras, conceptos, expresiones y citas que yo no uso y que, por lo tanto, de ningún modo se encontraban en esos dos libros.
Como en otras ocasiones, los fui citando, uno a uno, a mi despacho para que aclararan lo que habían hecho, a pesar de las advertencias en clase que les hice de manera reiterada sobre cualquier tipo de copia. Algunos acudieron al despacho; otros, no.
Tras sentirse muy avergonzados, y sabiendo las consecuencias académicas que les podían caer, me indicaron que la mayoría de los estudiantes ahora acude a la IA para realizar los trabajos, al tiempo que ratificaban que era la primera vez que un profesor se había dado cuenta, ya que no se imaginaban que yo se los fuera a leer tan detenidamente.
Puesto que admitieron lo que habían hecho (la verdad es que no les quedaba más remedio, por lo asustados que estaban), les indiqué que esos trabajos los consideraba ‘no válidos’ y que tendrían que ir al examen final de la asignatura; algo que ellos lo sintieron como un alivio, a pesar de temer una prueba final sabiendo que no tenían asimilados bien los conceptos que se habían explicado en el aula.
Ahora sé, tal como me apuntaron, que la mayoría de los estudiantes copia con descaro, no con las chuletas tradicionales, sino con IA, por lo que el próximo curso la advertencia será más firme, al tiempo que estaré ‘ojo avizor’ para que ninguno caiga en la tentación de acudir de nuevo a ChatGPT o medios similares.
Lo cierto es que las formas de copiar en los exámenes han ido evolucionando con el paso del tiempo y las transformaciones sociales, especialmente con la aparición del mundo digital. Imagino que, a pesar de esos cambios, en algunos casos seguirán los métodos tradicionales, sobre todo cuando se convocan pruebas u oposiciones en las que se juntan cientos o miles de aspirantes a las plazas. Pero, ojo, ellos también saben que están supervigilados por el amplio número de profesores que se despliega en estas ocasiones.
Lo que indico lo expreso desde la otra barrera, ya que gran parte de mi vida me he movido como profesor dentro del campo de la enseñanza universitaria. He de admitir que ahora soy bastante ignorante de esos modos de copiar. La razón se debe a que desde siempre he planteado la evaluación de los alumnos en las asignaturas que impartía a partir de trabajos que iban realizando a lo largo del curso, tanto de la teoría como de las prácticas.

Era un trabajo de evaluación un tanto agotador, especialmente, cuando debía corregir los trabajos escritos, que finalmente les devolvía con las correcciones pertinentes. Pero siempre he considerado que es el mejor método de aprendizaje, pues ellos tenían que ir siguiendo la asignatura y, paso a paso, planificando los tiempos, dado que no se trataba, como habitualmente sucede, que en las fechas anteriores a los exámenes estuvieran ‘empollando’ para soltarlo en la prueba y a los pocos días olvidar lo que habían escrito.
He de reconocer que cuando el trabajo era escrito sobre el dibujo del escolar, a partir de los que habían recogido en los colegios, se dieron casos de que la parte teórica coincidían totalmente. De lo que se deducía que algún alumno le había pedido el trabajo a otro, indicándole que era “para orientarse”, puesto que no le daba tiempo, o cualquier otra excusa.
En esas situaciones, llamaba a los dos implicados al despacho para debatirlo privadamente. Solía suceder que, tras muchas resistencias, al final el que había presentado lo mismo que su compañero o compañera, y le había engañado, no le quedaba más remedio que admitir que había utilizado su trabajo.

Lo que no me podía imaginar es que en este curso me iba a encontrar con trabajos realizados con Inteligencia Artificial, especialmente a ChatGPT. Bien es cierto que solo fueron siete casos de un total de sesenta alumnos. Y no eran precisamente de los estudiantes más trabajadores, puesto que no habían aparecido por las clases en las que a los que asistían les iba mirando y corrigiendo personalmente lo que habían realizado.
Lo más sorprendente de todo esto es que la parte teórica la tenían que realizar a partir de dos libros míos, El arte infantil y El dibujo de la familia, que aparecen en el programa de la asignatura y de los que tienen a su disposición unos veinticinco ejemplares en la biblioteca de la Facultad para que puedan consultarlos.
Me quedé sorprendido. No podía imaginarme la osadía o, quizás, la confianza infinita que mostraban hacia la IA para creer que todo lo que de ella salía era totalmente correcto. No pasó por sus cabezas que utilizando ChatGPT aparecían palabras, conceptos, expresiones y citas que yo no uso y que, por lo tanto, de ningún modo se encontraban en esos dos libros.

Como en otras ocasiones, los fui citando, uno a uno, a mi despacho para que aclararan lo que habían hecho, a pesar de las advertencias en clase que les hice de manera reiterada sobre cualquier tipo de copia. Algunos acudieron al despacho; otros, no.
Tras sentirse muy avergonzados, y sabiendo las consecuencias académicas que les podían caer, me indicaron que la mayoría de los estudiantes ahora acude a la IA para realizar los trabajos, al tiempo que ratificaban que era la primera vez que un profesor se había dado cuenta, ya que no se imaginaban que yo se los fuera a leer tan detenidamente.
Puesto que admitieron lo que habían hecho (la verdad es que no les quedaba más remedio, por lo asustados que estaban), les indiqué que esos trabajos los consideraba ‘no válidos’ y que tendrían que ir al examen final de la asignatura; algo que ellos lo sintieron como un alivio, a pesar de temer una prueba final sabiendo que no tenían asimilados bien los conceptos que se habían explicado en el aula.
Ahora sé, tal como me apuntaron, que la mayoría de los estudiantes copia con descaro, no con las chuletas tradicionales, sino con IA, por lo que el próximo curso la advertencia será más firme, al tiempo que estaré ‘ojo avizor’ para que ninguno caiga en la tentación de acudir de nuevo a ChatGPT o medios similares.
AURELIANO SÁINZ
FOTOGRAFÍA: DEPOSITPHOTOS.COM
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