Detrás de cada censor hay un ilustrado desesperadamente convencido de que sus acciones son necesarias para alcanzar un mundo feliz que solo existe en su cabeza. Vivimos en una época de reivindicación de valores que, en cierto sentido, suele denotar su absoluta ausencia.
De hecho, hoy no hay censura como tal, porque todavía no es el Estado el que lo ejerce en España. La actividad queda supeditada a una serie de jueces de la moral que, con un móvil en la mano, actúan de guardianes de la moralidad. Quizá lo peor de la postcensura es que sus autores ni siquiera la reconocen como tal.
Aunque resulte contradictorio, nada alimenta más a estas alimañas que las supuestas víctimas, reales o fingidas. Los mártires ofrecen una justificación patética para las acciones más crueles: las víctimas son los estandartes que se portan en la batalla a muerte contra el culpable, que en ocasiones lo es, y en otras puede no serlo.
Otro hecho paradójico es que estos “canceladores” no atacan a las ideas. Dan por hecho que, en el momento de recibir la etiqueta de “machista”, “facha”, “nazi”, “irresponsable”, etc., la idea o la acción están invalidadas de pleno derecho. El ataque se produce hacia las personas, los emisores de esos tabús contaminantes, víricos. Y ten buen cuidado de infectarte.
En efecto, son varios los casos más o menos conocidos de personas que han perdido su trabajo y su vida como consecuencia de un comentario, una acusación falsa o un mensaje desafortunado. La brillante Pola Oloixarac lo refleja a la perfección en su Bad hombre. Una acusación falsa —esas que no existen, según a quién le preguntes—, una cuenta pendiente o un comentario sacado de contexto pueden acabar con la vida de una persona.
Hoy, con cierta coherencia, numerosos ciudadanos de bien quieren aplicar la cancelación a una máquina de matar civiles como Israel. Pero… ¡ay! La cultura de la cancelación nunca ha ido tanto de principios como de intereses. Lo hemos visto en Eurovisión. La hipocresía de quitar de en medio a Rusia por su agresión desmedida contra Ucrania mientras que se vitorea a Israel.
Esta misma semana, el comentarista deportivo Gary Lineker ha perdido su puesto de trabajo en la BBC por compartir un vídeo contrario al sionismo. Este incluía la pequeña imagen de una rata, que se relaciona con el antisemitismo de principios de siglo. Fue acusado de antisemita, obligado a admitir su error y a dimitir tras más de dos décadas en su puesto. La lista sigue, y seguirá.
Cancelar mola hasta que te cancelan a ti. De ahí, la importancia de respetar tanto la libertad de expresión como la presunción de inocencia de todas las personas. Mañana, el objetivo del odio ajeno puedes ser tú.
Haereticus dixit
De hecho, hoy no hay censura como tal, porque todavía no es el Estado el que lo ejerce en España. La actividad queda supeditada a una serie de jueces de la moral que, con un móvil en la mano, actúan de guardianes de la moralidad. Quizá lo peor de la postcensura es que sus autores ni siquiera la reconocen como tal.
Aunque resulte contradictorio, nada alimenta más a estas alimañas que las supuestas víctimas, reales o fingidas. Los mártires ofrecen una justificación patética para las acciones más crueles: las víctimas son los estandartes que se portan en la batalla a muerte contra el culpable, que en ocasiones lo es, y en otras puede no serlo.

Otro hecho paradójico es que estos “canceladores” no atacan a las ideas. Dan por hecho que, en el momento de recibir la etiqueta de “machista”, “facha”, “nazi”, “irresponsable”, etc., la idea o la acción están invalidadas de pleno derecho. El ataque se produce hacia las personas, los emisores de esos tabús contaminantes, víricos. Y ten buen cuidado de infectarte.
En efecto, son varios los casos más o menos conocidos de personas que han perdido su trabajo y su vida como consecuencia de un comentario, una acusación falsa o un mensaje desafortunado. La brillante Pola Oloixarac lo refleja a la perfección en su Bad hombre. Una acusación falsa —esas que no existen, según a quién le preguntes—, una cuenta pendiente o un comentario sacado de contexto pueden acabar con la vida de una persona.
Hoy, con cierta coherencia, numerosos ciudadanos de bien quieren aplicar la cancelación a una máquina de matar civiles como Israel. Pero… ¡ay! La cultura de la cancelación nunca ha ido tanto de principios como de intereses. Lo hemos visto en Eurovisión. La hipocresía de quitar de en medio a Rusia por su agresión desmedida contra Ucrania mientras que se vitorea a Israel.

Esta misma semana, el comentarista deportivo Gary Lineker ha perdido su puesto de trabajo en la BBC por compartir un vídeo contrario al sionismo. Este incluía la pequeña imagen de una rata, que se relaciona con el antisemitismo de principios de siglo. Fue acusado de antisemita, obligado a admitir su error y a dimitir tras más de dos décadas en su puesto. La lista sigue, y seguirá.
Cancelar mola hasta que te cancelan a ti. De ahí, la importancia de respetar tanto la libertad de expresión como la presunción de inocencia de todas las personas. Mañana, el objetivo del odio ajeno puedes ser tú.
Haereticus dixit
RAFAEL SOTO ESCOBAR
FOTOGRAFÍA: DEPOSITPHOTOS.COM
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