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Francisco Sierra | La guerra de la información

El arranque del Telediario del martes 25 de marzo empezó informando del Kit de Supervivencia, la ocurrencia de la comisaria Von der Layen y sus tecnócratas a sueldo del lobby industrial-militar del Pentágono. Contraviniendo las normas deontológicas y el propio libro de estilo de RTVE, se hizo un improcedente ejercicio de alarmismo y de propaganda belicista que alimenta la espiral del miedo. Están en ello de acuerdo el duopolio televisivo y los medios públicos en manos del bipartito.


La dirección de informativos debiera saber que la guía elaborada por la Comisión Europea para instarnos como ciudadanía “a sobrevivir 72 horas” a una guerra, crisis climática o ciberataque “hasta la llegada de una ayuda externa” no tiene por objeto otra motivación que justificar lo injustificable: la escalada militar y la compra de armamento en beneficio de Estados Unidos e Israel.

Pero las órdenes de Moncloa parece que son más poderosas que el sentido común. Siempre hemos confiado en los profesionales de RTVE, pero conviene recordar a sus responsables que una corporación y servicio público audiovisual presupone rigor, servicio a la sociedad y valores fundamentales que son contrarios a seguir guiones escritos por gabinetes de prensa o lobbies económicos.

Ahora que los medios son altavoces de los miedos para armar la guerra por otros medios, conviene no olvidar que los principios de servicio público audiovisual contemplan la promoción de los valores de paz. Alinearse en el discurso con Trump, el genocidio criminal de Gaza o justificar el rearme con la propaganda de la OTAN es contrario a las normas de obligado cumplimiento de la RTVE.

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Un telediario basado en periodismo de declaraciones o contenidos enlatados, así sea del equipo de Von der Layen, va en contra de reflejar en la programación un decidido compromiso con el europeísmo, con el civismo, con la redistribución de la riqueza, la cooperación internacional y la lucha para erradicar el hambre y la miseria.

Más aún, la cobertura hipostasiada de la escalada militar y el discurso bélico que realizan los servicios informativos no cumple los criterios de la UNESCO, ni las normas que se ha dotado el Consejo Profesional. Y lo más grave: apuntan a una función de colaborador necesario con la geoestrategia necropolítica del Imperio.

Recientemente, el profesor Wesam Amer, investigador de la Universidad de Cambridge, ha demostrado cómo los medios occidentales se han alineado con las narrativas sionistas, distorsionando el conflicto según los intereses del gobierno criminal de Netanyahu.

Falta contraste, fuentes plurales, compromiso con el Derecho Humanitario y seguir las directrices de la UNESCO con una apuesta firme y decidida por un periodismo para la paz, preventivo, y no lo contrario, por ejemplo, cuando se invisibiliza al pueblo palestino o hacen desaparecer de la agenda informativa al pueblo saharaui.

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El Código Internacional de Ética Periodística de la UNESCO, aprobado en París por todas las organizaciones y gremios profesionales, marca en este sentido una línea de actuación a vindicar en tiempos de atronadores tambores de guerra. Primero, que la ciudadanía tiene derecho a una información verídica.

Toda persona tiene el derecho a recibir una imagen objetiva de la realidad por medio de una información precisa y completa, que le permita expresarse libremente a través de los diversos medios de difusión de la cultura y la comunicación. No sesgos como el de los titulares del kit de supervivencia.

En segundo lugar, es preciso una militancia por la verdad. La tarea primordial del periodista es la de servir el derecho a una información verídica y auténtica por la adhesión honesta a la realidad objetiva, situando conscientemente los hechos en su contexto adecuado.

La guía de Von der Layen es cualquier cosa menos información. Se trata de mera propaganda de la OTAN, sin criterio, descontextualizada y con sesgos notorios no tratados convenientemente por los servicios informativos de la RTVE. Y, por último, los medios han de trabajar por la paz y la eliminación de la guerra y otras grandes plagas a las que la humanidad está confrontada.

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El compromiso ético por los valores universales del humanismo debe ser la guía de acción contra toda forma de apología o de incitación favorable a las guerras de agresión y la carrera armamentística, especialmente con armas nucleares, y a cualesquiera otras formas de violencia, de odio o de discriminación, especialmente el racismo hoy normalizado en los medios.

Hace unos pocos días se estrenaba en Sevilla el documental de Pilar Távora, La gran redada, sobre la estrategia de genocidio contra el pueblo gitano del Marqués de la Ensenada. El antigitanismo y la razzia racial cotiza al alza en la era del capitalismo financiero especulativo.

Como en la República de Weimar, es preciso apretar las filas y buscar un chivo expiatorio para mantener entretenido al personal mientras el muro de Wall Street liquida la vida de los más pobres y de la clase media acomodada. Dispone para ello no solo de bases militares, y terminales mediáticas, sino de un contingente de escuadristas, con portavoces en el Congreso, que ignoran que todo código deontológico periodístico pasa por la cultura de paz, la diversidad y combatir los discursos del odio.

Sorprende que este clima interesado de opinión permee también la cobertura de RTVE. Se echa en falta, sistemáticamente, atender estos valores y principios por parte de los directivos del ente público. Quizás están preocupados por La familia de la tele, dicho irónicamente, la de los productores de La Fábrica –ha de imaginar uno, pues todo se externaliza por sistema–.

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Y así hemos llegado a confundir el servicio público con el modelo Berlusconi, aun cuando explícitamente, los principios de programación de la Corporación, señalan que la RTVE deben atender a la inmensa mayoría sin perder la calidad de los contenidos ni los vectores del mandato marco y la voluntad de servicio público que da sentido a la función social de los medios públicos.

“El fin debe ser el cumplimiento de los propios objetivos” y no vulnerar sus principios constitutivos por un programa que ganará audiencia pero que, a todas luces, socava, como MasterChef, principios constitucionales básicos, valores cívicos de convivencia en común, además del pluralismo interno, la diversidad lingüística y cultural y la cohesión territorial.

Los trabajadores y profesionales de TVE Extremadura ya han manifestado su rechazo frontal a esta deriva impulsada desde la presidencia de la Corporación. En los últimos días se han sumado USO y Comisiones Obreras. Adelantar el inicio del primer informativo a antes de las 14.00 de la tarde y, además, sumar la carga añadida de una ronda informativa diaria en directo por cuatro comunidades autónomas antes de su arranque no puede estar supeditado a una parrilla de programación pensada para el éxito comercial.

Son numerosas las alteraciones y vaivenes de una política que empieza incumpliendo las normas debidas de información a la audiencia, que tiene derecho a saber los horarios de la oferta programática con antelación, y termina por malversar el sentido de servicio público para impulsar el entretenimiento de la tarde con figuras como María Patiño y Belén Esteban.

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Quienes defendemos la democracia radical, sabemos que la mejor apuesta de los medios públicos es la comunicación enraizada, de proximidad, apostando por la producción local e independiente, impulsando los centros territoriales, no solo el de San Cugat, sino también de Valencia, Canarias y, desde luego, Andalucía.

El servicio público audiovisual exige cumplir principios de diversidad cultural, calidad de programación y, también, cada vez más, diversidad territorial. No queremos una RTVE hecha desde Madrid o Barcelona. Tiempo de realizar pues la norma que rige el ente público, tiempo de pensar más desde el sur y desde abajo, lo que no significa la apuesta por la chabacanería y la vulgaridad. El vulgo, la gente común, espera y desea otra cosa. Es cuestión de escuchar. Pido, pues, la paz y la palabra. Para todos, todo; nada para nosotros.


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