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Aureliano Sáinz | El paso del tiempo

Una de las grandes obras de la literatura contemporánea lleva por título En busca del tiempo perdido, que fue escrita, nada menos que en siete volúmenes, por el francés Marcel Proust a principios del siglo pasado. Ya el propio título nos remite a que cuando alcanzamos la madurez, o en ciertas épocas de nuestra vida, los hechos vividos intensamente se convierten en recuerdos que solemos extraer, por distintas razones, de nuestra personal memoria, sintiendo cierta nostalgia de aquellos momentos que se fueron para siempre, pero que los tenemos archivados como esas viejas y entrañables fotografías que guardamos en algún álbum o pequeña caja.


Si he comenzado haciendo referencia a una obra de prestigio universal se debe a que en el decimocuarto encuentro del Colectivo Cultural Tres Castillos y la revista Azagala, celebrado en Alburquerque (Badajoz) en el segundo domingo de este mes de agosto, me encontré con Roberto, hijo de unos buenos amigos, y al que no lo había vuelto a ver desde que era niño.

Previamente, quisiera indicar que mi presencia en este evento estaba motivada por dos razones: por un lado, se me nombraba presidente de honor de este colectivo que tiene una intensa actividad cultural y, por otro, a la presentación del último libro que he publicado, El dibujo de la familia, que, por cierto, tuvo una excelente acogida entre los asistentes.

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Tras esta breve introducción, voy a centrarme en lo que para mí supuso encontrarme de nuevo con quien fuera un niño al que yo quería mucho, con el que compartía juegos, le leía cuentos de dinosaurios y, de pronto, verlo convertido en un joven de 19 años.

Debo apuntar que años atrás me desplazaba con asiduidad a mi pueblo para coordinar la salida mensual de la revista Azagala, al tiempo que estar con los compañeros y amigos de la Asociación para la Defensa del Patrimonio, puesto que la defensa del castillo de Alburquerque se había convertido en un problema al que, como arquitecto, me comprometí hacerle frente, ya que la Junta de Extremadura había aprobado un proyecto con el que se quería convertir esa enorme fortaleza en una horrenda hospedería de lujo.

Pues bien, en esas idas habituales de Córdoba a Alburquerque me solía quedar en la casa de los padres de Roberto. Ni que decir tiene que hospedarme en el domicilio de unos buenos amigos era un gran placer, ya que me veía acogido con la calidez y cordialidad que daban lugar a que me sintiera con la misma tranquilidad que tengo en mi propia casa.

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Allí me encontré con un niño muy apacible y tranquilo, y con muchas ganas de que yo jugara con él. Por entonces, Roberto tenía pocos años. Pronto descubrí que una de sus pasiones era el mundo de los dinosaurios. Se los conocía y me los describía con todo lujo de detalles nada más mostrarle la imagen de uno ellos. Pero lo que más me asombraba era que, sin mirarlos, los dibujaba en una hoja con una rapidez y precisión inauditas, algo que suele suceder en los niños que tienen una gran memoria visual.

Son muchos los gratos recuerdos que guardo de entonces. Uno de ellos era que, en los fríos días de invierno, ambos arropados, nos sentábamos en uno de los rincones del sofá para ver y leer cuentos de dinosaurios, mientras yo añadía relatos que me inventaba cargados de fantasía en que niños como él eran los protagonistas de sorprendentes aventuras con esos enormes bichos.


Y aunque me imagino que él no comprendía bien lo que se pretendía realizar en ese castillo que se veía desde su casa, lo cierto es que, con algunos años más, en alguna ocasión me acompañó a los estudios de la televisión local en la que se nos entrevistaba para que expusiéramos nuestras reivindicaciones.

A medida que Roberto crecía, íbamos ampliando nuestras actividades y diversificando los juegos, por lo que una vez alcanzados los siete años ya nos marcábamos partidillos de fútbol en su patio que tenía un buen césped, lo que daba lugar a que nos lo pasáramos fenomenal.

El tiempo fue transcurriendo. Llegó el momento en el que una de las luchas, la defensa del castillo de Alburquerque, acabó cuando la Junta de Extremadura dio el carpetazo final al proyecto, tras la demanda que habíamos interpuesto al insólito proyecto de la hospedería de lujo.

También, pasados unos años, con la revista Azagala consolidada, solicito al Consejo de Redacción ser sustituido en la presidencia de la asociación que la editaba, de forma que continuaría enviando los artículos desde Córdoba. De este modo, mis visitas comenzaron a hacerse espaciadas en el tiempo, por lo que me parecía más razonable hospedarme en uno de los hoteles de Alburquerque.


Desde entonces no había contactado con Roberto. Lo volví a ver en el último encuentro de la revista Azagala, lo que me produjo una gran alegría. Ya no era un niño, sino todo un hombre, con la estética que ahora portan los jóvenes: piercings, tatuajes, algo de barba y corte de pelo tal como acontece con los de su generación.

Había transcurrido el mismo tiempo tanto para él como para mí. Pero en su caso, lógicamente, acontecieron muchas cosas, tantas que cubren gran parte de lo que ha vivido; en cambio, en el mío, y para quienes somos mayores, con una personalidad formada y una vida en gran parte construida, me tengo que detener a pensar detenidamente en aquellos hechos que son significativos y comprobar que en todo ese tiempo también me han sucedido cosas significativas.

Charlamos un rato largo. Me indica que ahora se encuentra leyendo Crimen y castigo de Dostoievski, cosa que me alegra mucho, pues la lectura de libros siempre es una buena afición que nos ayuda a formarnos y a saber concentrarnos. Le aconsejo que, si le interesa este gran escritor ruso, puede continuar con El jugador, otra de sus inolvidables obras. Hablamos de sus ideas sociales y políticas, por lo que compruebo que tiene un claro compromiso con los valores de la igualdad y la justicia social.


Después de ese tiempo de charla, Roberto regresa a la mesa en la que se encuentra su padre. Los veo charlar y reírse. Al momento, se me acerca otro amigo de una edad similar a la mía y le comento que, a partir de este encuentro, pienso escribir algo sobre el transcurrir del tiempo y de cómo es vivido en función de la edad que cada uno tenga. Ambos nos embarcamos en este tema con algunas ideas similares y también con ciertas diferencias.

Mientras tanto, miro de vez en cuando hacia la mesa en la que se encuentra Roberto. Reflexiono sobre los grandes cambios que se han producido en los últimos años. Pienso que el futuro es suyo y de la gente como él. Y deseo para mis adentros, recordando al niño que conocí, que en medio de este mundo convulso todo le vaya bien, sepa afrontar los retos que le llegarán y, especialmente, pueda encontrar su propia senda por la que caminar de la manera más dichosa posible.

AURELIANO SÁINZ
FOTOGRAFÍAS: AURELIANO SÁINZ

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