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Rafael Soto | Un caso de salud mental

Manuel García Fernández intervino en el congreso como investigador de la Universidad de Macondo. Sus palabras fueron escuchadas con atención por los miembros de un público ávido de novedades hasta que, llegado el momento, aprovecharon un descanso para dirigirse a la cafetería de la Facultad.


Manuel observó a su alrededor encantado. Habían asistido los mayores sabios de su campo, y había alguna investigadora de buen ver… Quizá una oportunidad para rehacer su vida, tras un divorcio mal llevado. Pero bueno, eso habría que verlo. Lo primero era tomar asiento y conversar con sus colegas.

El investigador de la Universidad de Macondo tomó asiento en una mesa poblada de rostros serios y se dirigió a ellos con naturalidad. Sin embargo, para su sorpresa, ignoraron sus palabras. “Son británicos, sin duda alguna”, se dijo. Así que empezó a dirigirse a ellos en inglés. En esta ocasión, los doctos investigadores le dirigieron una mirada de desprecio y continuaron hablando como si no hubiera pasado nada. “¡Oigan! ¡Les estoy hablando! I’m talking with you!”, gritó. Desde otra mesa, un académico enchaquetado agarró una pieza de pan y se lo tiró al rostro.

Los niñatos se reían a carcajadas. El conocido como el ‘loco del parque’ se retorcía de dolor mientras gritaba palabras en inglés al aire. Un señor con una enfermedad mental que le impedía tener una vida normal.

Manuel García Fernández es un personaje ficticio, investigador de la también ficticia Universidad de Macondo –patria de los enfermos mentales y de los amantes de la literatura de Gabriel García Márquez–, y vive sin más techo que el cielo. Sin embargo, no hace falta tirar de imaginación. Les invito a que salgan a la calle y observen las vías públicas, las estaciones y, en especial, los parques. Encontrarán otras personas sin hogar y con importantes problemas de salud mental sin apoyo social alguno.

De acuerdo con el Centro de Investigación Biomédica en Red de Salud Mental, la esquizofrenia es uno de los trastornos mentales más graves y que causa mayor grado de discapacidad, coste económico y sufrimiento individual y familiar. Una enfermedad que afecta aproximadamente a 400.000 españoles, según la institución.

Sin embargo, no hace falta referirse a enfermedades tan graves para tratar la cuestión de la salud mental. Piense en su entorno. Estoy convencido de que convive o, al menos, tiene una persona cercana que padece una tristeza que no se va, ansiedad o que está quemada con su trabajo o una oposición. Son los males de nuestro tiempo, en un momento en que somos dependientes de psicópatas y tiranos, y en el que la productividad y la formación nunca son suficientes. ¡Autoexigencia continua!

Sí, es cierto. Pocas cosas dan más salud mental que un trabajo digno y un salario decente. Sin embargo, quizá le dé a usted por dirigirse a su cuarto de baño y, mirándose al espejo, encuentre a una persona con un problema de salud mental, por leve que sea. Si es así, le invito a que se ponga en contacto con un profesional lo antes posible. No es ninguna debilidad.

El pasado fin de semana hubo una serie de manifestaciones –en exceso politizadas, como siempre–, en las que se defendió una salud pública de calidad. Una salud pública que también incluyera la salud mental. En concreto, para que pueda usted ir a su médico de cabecera a contarle su problema y que, desde allí, pueda enviarle a un especialista, con un tratamiento efectivo, a tiempo y gratuito.

Estaremos de acuerdo con que, en un momento en el que la tasa de suicidios está en máximos, es necesario derivar más recursos que nunca a la sanidad pública y a la atención de la salud mental en todos los niveles.

Haereticus dixit

RAFAEL SOTO