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Moi Palmero | Ascuas sin apagar

Estamos acostumbrados a que cuando entramos en campaña electoral, el engranaje político comienza a prometer el maná, sin miramientos, sin escrúpulos, sin remordimientos. Como Dios suministró el pan a los israelitas que vagaron cuarenta años por el desierto, nuestros políticos anuncian contratos laborales, bajadas de impuestos, carreteras, renaturalizaciones de ramblas, centros de exposiciones, lo que se necesite, por absurdo y descabellado que sea. Aunque saben que no podrán hacerlo, que sus palabras esconden medias verdades o simples, pero bonitas, mentiras. Pongamos un ejemplo de lo que nos espera en España hasta las municipales de mayo.


En apenas unas semanas, tres noticias se han publicado desde la Consejería de Sostenibilidad, Medio Ambiente y Carbono Azul de la Junta de Andalucía sobre los incendios forestales y su gestión. Si nos quedamos en ellas, no solo tenemos que vitorear al consejero Pacheco, sino que deberíamos arrodillarnos para ver crecer la vegetación en cada una de sus huellas.

La primera fue el balance de la campaña de incendios forestales. Una comparecencia aceptable, en la que se pusieron sobre la mesa las dificultades climáticas, sequías y olas de calor, a las que nos hemos enfrentado y a las que nos enfrentaremos por culpa del cambio climático.

La necesidad de prevenir daños mayores, los equipos técnicos y coordinados de los que disponemos y las cifras, con las que unos se consuelan viendo lo ocurrido en otras comunidades y otros nos echamos las manos a la cabeza: 681 intervenciones, de las que 528 fueron conatos, y 153 incendios que quemaron 15.564 hectáreas, 8.448 de arbolado y 7.115.81 de matorral, y casi 8.000 personas desplazadas de sus hogares.

Lo más emotivo de esta primera noticia es el reconocimiento a todos los efectivos que colaboraron en la extinción del fuego, a los que el consejero felicita por su coordinación, lealtad y profesionalidad. Palabras y aplausos que todos compartimos pero que, en boca de un político, suenan hipócritas e insultantes, porque unos días después, 700 bomberos forestales, los que sienten el calor de las llamas, los que echan más de 18 horas diarias en un incendio, los que se juegan la vida, aquellos a quienes llamamos "héroes", fueron despedidos como cada año.

Si algo ha quedado de manifiesto ante la catástrofe que hemos vivido este verano es a la precariedad a la que se enfrentan estos profesionales. La vergüenza es de mayor o menor calado, dependiendo de la comunidad autónoma de la que hablemos, de si la gestión está privatizada o no, o si a los gestores les gusta más o menos jugárselo todo al azar, a las lluvias que caerán, o de dónde sople el viento. Aunque siempre podrán culpar a los ecologistas de su negligente gestión.

Los bomberos forestales han salido a la calle en todas las comunidades para exigir una estabilidad laboral que les permita dedicarse a la prevención y extinción de incendios durante todo el año, no solo los cuatro meses y medio que dura la campaña.

Estos contratos a tiempo parcial, que hacen que unos vayan y otros vengan, con los que se pierde la experiencia, impiden que los equipos se consoliden, se compenetren, que puedan conocer las zonas donde trabajarán con los ojos cerrados, las veredas y los caminos por donde abordar el fuego, por donde escapar en caso de complicaciones. No pueden dedicar tiempo ni a formarse ni a entrenarse porque deben buscar otras ocupaciones para poder pagar los recibos, con la inseguridad de si al verano siguiente volverán a trabajar.

A los pocos días de las reivindicaciones, llámenlo "casualidad", el consejero anunció 208 nuevas plazas de consolidación que, en palabras de los bomberos forestales, no reconocen la antigüedad de los trabajadores y a lo único a lo que se juega es a cambiar experiencia por inexperiencia; algunos pasarán de eventuales a fijos discontinuos, pero en nada ayudará a la prevención de incendios.

En la última de las noticias, el consejero habla de la inversión de 223 millones para labores de prevención y extinción de incendios. Bienvenidos sean pero, para muchos, es un dinero que apunta a una privatización de los servicios, con la que los trabajos silvícolas se subcontratarán a empresas cuyo objetivo no es el bien común sino el del rendimiento económico. Algo licito, pero si sus beneficios los obtienen de la precariedad laboral o de la pérdida de valores ambientales, educativos y sanitarios, mal encaminados vamos.

La prevención de los incendios forestales pasa por tener equipos estables, formados, entrenados, profesionales a tiempo completo. No necesitamos héroes y, menos, a tiempo parcial.

MOI PALMERO
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