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Moi Palmero | Rosalía por las Salinas de Cabo de Gata

Tras el glamour vivido en Almería, y ser el centro del mundo por la presencia de Rosalía, las miserias humanas vuelven a bajarnos del pedestal, a recordarnos quiénes somos, qué podemos esperar de nuestros gestores, las ineficaces leyes que nos rigen, el poder de la economía sobre el medio ambiente, la hipocresía frente a la belleza y la soledad, la frustración y la incomprensión a la que se enfrenta la ciudadanía.


Si Rosalía se hubiese paseado por las secas y sedientas Salinas de Cabo de Gata o se hubiese unido a las protestas en sus redes sociales, o se hubiese arrancado por bulerías en el escenario, el problema se habría solucionado en unos días, porque la vergüenza sería mayúscula y nuestros políticos se habrían dado patadas en el culo –más por el "qué dirán" que por sensibilidad ambiental– para arreglar el estropicio.

Pero ella nada sabía, como el resto del mundo, porque se escondió, se tapó y se intentó invisibilizar hasta que las evidencias, la falta de agua y la diáspora de las aves no han podido ocultarse más. Me recuerda a los famosos hilitos del Prestige de aquel presidente del Gobierno que se dejaba asesorar sobre el cambio climático por su primo. Confío en que sus herederos hayan basado su revolución verde en asesores más experimentados.

A mí Rosalía no me termina de convencer. Debe ser la edad y mi ignorancia supina, pero ni su música, ni su puesta en escena, ni su personaje llaman mi atención. Pero tengo que reconocer que es una artistaza, valiente, transgresora, segura, inspiradora, con los pies en el suelo, original y muy libre a la hora de crear y de lanzar su mensaje al mundo.

La primera vez que la vi fue en la Gala de los Goya del 2019, en aquella espectacular actuación vestida de rojo, con un coro en penumbra a sus espaldas, y cantando magistralmente la mítica canción de Los Chunguitos, Me quedo contigo. Aquella noche me cautivó y esa letra me viene ahora a la cabeza porque me debato entre "vergonzoso" y "vergonzante" para continuar –y, si me dan a elegir, no lo tengo claro, así que me quedo con los dos adjetivos–.

Es vergonzoso que reconozcan que conocían el problema hace semanas, curiosamente antes de las elecciones, y que sea ahora cuando instan de urgencia a la empresa a actuar, cuando el problema ya se ha agravado, cuando la ciudadanía se les ha echado encima.

72 horas de ultimátum a la empresa. O si no ¿qué? ¿Multa? ¿Le quitarán la concesión ruinosa de la explotación de la sal? ¿Gestionarán ellos el agua en las instalaciones para conservar la avifauna? ¿Aprovecharán que el Pisuerga pasa por Valladolid para aumentar la red de hotelitos?

Es vergonzante que se presenten como los adalides del Parque Natural cuando, desde que llegaron al Palacio de San Telmo, comenzaron a legislar para favorecer la especulación y la destrucción de los espacios protegidos –que, por cierto, sirven de poco ante situaciones como ésta porque, a pesar de que las salinas son Sitio RAMSAR, ZEPA, LIC, Área de Reserva dentro del Parque Natural o forman parte de la Reserva de la Biosfera, están en manos de propietarios y empresarios que solo buscan multiplicar sus beneficios–.

Y ya puestos, si me dan a elegir entre "sin vergüenza" y "sinvergüenzas", tampoco lo tengo muy claro, así que, por no meterme yo en otro jaleo más, añadan o quiten el espacio a su antojo, pero me parece que es de tener poca vergüenza adelantar la suelta de tortugas bobas en Mojácar y dividirla en dos días para salir en más fotos durante la campaña electoral, mientras sabían que las salinas, en unas semanas, estarían secas.

Ahora solo nos queda llorar, lamentarnos, patalear, exigir y celebrar una misa de réquiem o una rosalia por las Salinas. Las rosalias o rosarias eran unas fiestas romanas que se celebraban para honrar a los muertos. Colocaban rosas en sus tumbas para recordarlos, para que se sintiesen acompañados, queridos, para apaciguar sus almas. Una tradición que también se hacía con violetas y que luego el cristianismo adoptó en su Día de Difuntos. Quizás esas rosas le devuelvan al paisaje el color de las plumas de los flamencos que no vendrán.

Hay algunos que tuvieron claro cuando le dieron a elegir que preferían las ideas, la riqueza, la gloria y otros, como los que han llevado ante la Fiscalía a la Junta y a la empresa por inacción, los que hicieron la cadena simbólica para llenar las salinas con cubos de agua o los que se concentraron en el mirador de las Salinas porque no se fían de las falsas promesas, que eligieron, porque se enamoraron, estar a su lado, sentirse en los brazos del Cabo de Gata, con sus salinas y sus fondos marinos, con sus estepas y su sierra, con sus gentes y su biodiversidad.

MOI PALMERO