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Moi Palmero | La gota de agua

Al igual que ocurre con la lava del volcán, la vida, la economía y la historia siguen fluyendo lentamente, incandescentes, transformadoras, frente a nuestras vidas que, como recitaba Jorge Manrique, "son los ríos que van a dar a la mar, que es el morir". Esta idea, la de dos caudales de fuerzas desiguales, me surgió la semana pasada ante la coincidencia de varias noticias en los medios de comunicación relacionadas con la agricultura.


No es una idea nueva: es la eterna lucha del hombre contra la naturaleza, o del individuo contra el sistema, o del héroe frente a su destino. Sola la vuelvo a recordar, adaptándola al momento actual, por la frustración que me produce.

Mientras en Madrid se celebraba la Fruit Attraction, en Almería los agricultores salían a manifestarse para salvar su agricultura y nuevas denuncias de los grupos ecologistas, sobre la mala gestión de los plásticos, aparecían en medios de comunicación nacionales e internacionales en forma de vídeos. La lava, el músculo, la fuerza, el sistema, contra la gota de agua, el hueso, el armazón, el individuo.

Mientras 95.000 visitantes profesionales de 118 países se reunían alrededor de las 1.300 empresas que participaron (y de los buenos platos de jamón que se servían) para hacer negocio, para generar noticias, para hablar de rentabilizar el futuro, 800 agricultores en los momentos de mayor afluencia (según algunos medios de comunicación) gritaban reivindicando que se cumpliesen las peticiones, para salvar su futuro, que se hicieron en el 2018 y aún siguen en el aire. A la vez, los vídeos sobre los residuos en nuestro campo se movían por las redes sociales denunciando el daño que provocan a la biodiversidad y a nuestra salud.

Los números están ahí, luego cada uno los interpreta a su manera, le saca el jugo que quiere. Pero por muchos paros agrarios que hagan nuestros agricultores, o vídeos de los ecologistas, el volcán lo arrasa todo: no hay forma de pararlo.

Si tenemos en cuenta el dato del INE del último trimestre de 2020, el sector agrícola da empleo de forma directa en Almería a 73.000 personas, así que el 1,05 por ciento asistió a la movilización. ¿Es eso un éxito? No lo sé. Pero, por lo que se ve, para las asociaciones convocantes agrarias, sí lo es.

Como tampoco sé a cuántas personas habrán llegado los vídeos de los residuos o si habrán conseguido los objetivos marcados de abrirles los ojos a los consumidores europeos para que dejen de consumir tomates que contaminan los mares y océanos del mundo. No lo sé, pero dudo que los impactos negativos generados por esos vídeos puedan competir con los impactos positivos que se generaron durante los tres días de feria en el IFEMA.

Si algo tuvieron en común las noticias de Madrid y Almería es que en todas las fotos salen los políticos en primera fila. Tanto para cortar la cinta de inauguración como para sujetar la pancarta de los agricultores. Ellos están en medio, sonriendo a todos, calmando, prometiendo a los enfurecidos agricultores, a los incansables ecologistas, que no tienen más remedio que confiar en sus palabras, aun sabiendo que tienen las manos atadas, que son las primeras cenizas que el volcán expulsará cuando lo crea necesario.

Marionetas con poder que se agigantan ante los débiles pero que se arrodillan ante los poderosos, incapaces ni siquiera de contestarles, de impedir los acuerdos con terceros países, de que se apruebe la reforma de la PAC, de gestionar el 100 por cien de los plásticos que se generan cada año.

No se lleven a confusión: a pesar del jarro de agua fría en mi ánimo, del baño de realidad, de hablar como Sancho Panza, yo creo en la fuerza descomunal del agua, la fuente de la vida, la imprescindible esencia de cada uno de nosotros, capaz de destruir montañas, perforar rocas, modificar paisajes.

Soy consciente de que una simple gota de agua puede romper el equilibrio para bien o para mal y es capaz de convertir un vergel en una zona pantanosa que lo engulla todo, o de transformar un desierto en un oasis. Sé que sumando gotas de agua es la única manera de hacer desbordar el vaso, de provocar el cambio, de tener una oportunidad ante los volcanes que, aunque nunca conseguiremos apagarlos, sí podremos minimizar los impactos que generan en nuestras vidas, de enfriar la colada de lava que tantos daños colaterales genera.

Saben algunas gotas de agua que la belleza se esconde detrás de la paciencia, de la constancia, y por eso insisten incansables en las calles, en las redes, en la barra del bar, con la esperanza de que sus pasos, sus palabras, sus desvelos hagan vibrar a otras gotas de agua para convertirse en un caudal capaz de fluir, de transformar. "Sé como el agua, amigo" –que diría Bruce Lee– si quieres alcanzar la mar antes de sucumbir a los volcanes.

MOI PALMERO