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María Jesús Sánchez | Despilfarro

Cepillos de dientes de plástico que se tiran continuamente; bolígrafos que regalan por doquier y que, una vez que se les acaba la tinta, terminan en el cubo de la basura sin posibilidad de recambio... Seguimos viviendo como si hubiera mil planetas en los que acumular nuestra mierda. Pero reciclar también contamina.


Hace poco he estado en una hamburguesería y te dan miles de sobrecitos de kétchup. Y muchos terminan tirados, sin abrir siquiera. Plástico por todas partes. Mi bolsa de reciclaje se llena en un santiamén: cartón de leche, yogur, bote de gel, champú, bandeja del pollo, envoltorio de fiambre, producto de limpieza, desodorante... Y así, un largo etcétera.

¿A qué esperamos para cambiar la forma de envasar todo? Hay ya bolsas hechas de patata; los bolígrafos podían ser de otro material y recargables. Y lo mismo con los refrescos: volvamos al cristal y a devolver los cascos usados a las tiendas.

Yo prohibiría todo lo que no sea biodegradable, todo aquello que no pueda devolverse al planeta sin causarle daño. Quiero que Alma respire aire puro, que vea árboles y montañas que no sean de escombros y basura. Que pueda seguir bebiendo agua del grifo y nadando en ríos y en el mar. Que el cielo siga siendo azul.

A mis cuarenta y tantos aún me queda algo de aquella rebeldía juvenil que quería cambiar el mundo para que fuera un lugar mejor. Solo me queda hacer mi parte después de ver cómo se anteponen al bien común y a la salud el dinero a corto plazo o la dudosa libertad para tomar copas. Pero poco espero ya de los de arriba o de la masa.

De todas formas, no puedo vivir enfadada: no me sienta bien. Solo puedo acostarme tranquila sabiendo que, por mi parte, hago todo lo que puedo. Así que ya tengo un estropajo y un cepillo de dientes ecológicos. Y seguiré indagando para buscar más cosas. La Tierra llora nuestra falta de empatía y su resiliencia se acaba.

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ