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Rafael Soto | Cuídate de los ‘peluqueros’

Vas a la peluquería y pides que te hagan el corte de una manera determinada. Hasta tal punto que, en ocasiones, transmites ideas contradictorias. En otros momentos, das una respuesta parca a la consulta del profesional. Si te conoce, incluso le puedes responder que “como siempre”.


En cualquier caso, al final, te estás poniendo en manos de un profesional que interpreta tus instrucciones como mejor puede, sabe y/o quiere. Incluso, en el caso más bienintencionado, el peluquero tiene una destreza profesional que puede ir desde la excelencia a la incompetencia. Y en los casos peor intencionados, puede hacer lo que le dé la gana, dentro de unos límites, o te convence para que adoptes el corte que más le convenga. Vamos, lo que pasa en todos los oficios.

Cuando se solicita un recorte de derechos y libertades públicas ocurre algo análogo. Todos confiamos en el buen criterio y saber hacer del legislador. En un país que supera los cuarenta millones de seleccionadores nacionales, cada cual da su opinión y su criterio. Y en esa peluquería que puede llegar a ser el Congreso de los Diputados, tenemos en plantilla a figuras como Santiago Abascal, Gabriel Rufián o Irene Montero, flor y nata de la mediocridad hispana.

Unos pedirán al legislador que, por sentido común, los partidos independentistas sean ilegalizados. Otros solicitarán que se ilegalice a los partidos que denominan ‘fascistas’, mientras que otros exigirán que se haga lo propio con esos “masones” y “comunistas” que “se están cargando España”. Conforme al artículo 6 de la Constitución, los partidos políticos son el instrumento fundamental de participación política, ¿a quién se la deniegas? ¿Cómo haces para ejercer el recorte con moderación?

Sin ir más lejos, todavía estamos sufriendo las manifestaciones pacíficas y no tan pacíficas de quienes reivindican el derecho a enaltecer el terrorismo en una canción –libertad de expresión y, a su vez, a la creación artística, artículos 20.1a) y 20.1b) de la Constitución–, así como a decir cualquier cosa, por muy bárbara que nos parezca.

Otros, en cambio, defenderán la censura de todo aquel que atente contra ideas feministas –o de algunas feministas–, contra creencias religiosas o cualquier otro concepto o tema contradictorio, en una creación artística o en un género de opinión en prensa, por ejemplo. Porque sus ideas propias deben ser aceptadas y sus contrarias rechazadas en cualquier estado democrático, so pena de no serlo.

Esos que defienden la comisión contra las fake news sin representación judicial, ni del oficio periodístico –volvemos al artículo 20 de la Constitución–, ¿se imaginan un arma así en manos de un Jorge Fernández Díaz? Si mañana hubiera un Gobierno de coalición entre PP y Vox –hoy en día, todo es posible–, ¿se imaginan a estos personajes en una comisión que decidiese qué noticias son falsas y/o tienen intención de serlo, y cuáles no? ¿Con qué derecho moral podrían los ‘progres’ oponerse?

Y otros tantos ejemplos de derechos que están en peligro de ser recortados y, lo que es peor, que una parte significativa de la población está solicitando que se recorten. Siempre y cuando se limiten en los términos que estos ciudadanos soliciten, por supuesto.

Son los legisladores los que deben aprobar las leyes que materializarán estas limitaciones o recortes solicitados. Personas que tienen ideología y, sobre todo, intereses. Tienen una estrategia de comunicación y una disciplina de partido. Hoy pueden limitar derechos al gusto de unos, y mañana pueden hacerlo al gusto de los que se encuentran en la acera contraria. Y a los dos asiste el mismo derecho.

No lo olvidemos: no sería la primera vez que esos derechos y libertades se limitan o recortan al disgusto de casi todos. La reforma del artículo 135 de la Constitución se pudo resumir pronto y mal en que, ya nos podemos estar muriendo de hambre, que el Estado priorizará siempre el pago de la deuda externa. Y esa reforma se hizo con un acuerdo entre ‘progres’ y ‘fachas’ del PSOE y del PP.

Por todo lo expuesto, hay que ser cuidadosos cuando se defiende el recorte de derechos y libertades. Porque el ‘peluquero’ puede ser mejor o peor intencionado. Y también puede tener más o menos habilidad. Pero como entremos en ese juego, antes o después, el que acabará fastidiado serás tú.

Haereticus dixit.

RAFAEL SOTO
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