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María Jesús Sánchez | África

Mi amor y yo nos hemos visto después de tres semanas sin tocarnos y circunscribir nuestra relación a varias videollamadas al día. Poder estar conectados está bien, pero yo necesito su piel, necesito dormir pegada a él. Hemos aprovechado estas ventanitas que nos permiten desplazarnos para pasar dos días en el punto más meridional de Europa. 


Tarifa seguía con su paz, con su buena energía, con sus playas llenas de colores y su torre de Babel donde cabe cualquier persona del ancho mundo. Distintas lenguas, distintos aspectos, pero todo el mundo buscando ese viento que se lleva los malos sueños y nos reduce a una unidad caleidoscópica donde el blanco suma todos los colores. 

La isla de Las Palomas nos habla de unión entre el Mediterráneo –ese mar antiguo del que hablaba El último de la fila y que ha traído a tantos pueblos a nuestra península– y el misterioso Océano Atlántico que escondía un nuevo mundo y fue senda de todos aquellos que buscaban aventuras y nuevas rutas. 

Y allí estaba el Plus Ultra. Desde esta isla, ahora unida a la península por una carretera, se ve nuestro continente vecino, África, tan cerca y tan lejos en formas de vida. Mirando las luces de la noche del otro lado del Estrecho, que sospecho sean tangerinas, reflexiono sobre la diferencia de haber nacido en una u otra orilla. 

Yo estoy contenta en el lado que la fortuna eligió para mí. Siendo mujer y con mi carácter, creo que acertó de pleno. Y no solo con el lugar, también con el tiempo: éste es muy importante. Empecé a vivir en una Transición que olía a ventanas abiertas y a posibilidades; a mujeres libres dueñas de su destino; a hombres libres para ser ellos mismos, sin patrones previos. 

Ojalá vayamos ganando libertad para nosotros y para todo el mundo. Si existe un creador, eligió un ADN distinto para cada ser humano, por lo que todos no podemos sentir, pensar o amar de la misma forma. Uno nace con una semilla dentro y, si se lo permitimos, florecerá, dando lo mejor de cada uno. Todos no podemos ser rosas, ni claveles, ni jaramagos del campo, ni producir los mismos frutos, ni oler de igual manera. Solo tenemos que descubrir qué hay plantado en nuestro corazón. Y regarlo mucho. Muchísimo. 

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ