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Daniel Guerrero | Los ultrasanitarios

Este año se ha detectado en nuestro país una nueva especie ciudadana, aparte de las conocidas en el ámbito político y religioso, ya descritas exhaustivamente por Xavi Castillo (Los “repeperos”) y Maruja Torres (Los “ayatobispos”), respectivamente. Esta nueva especie crece a expensas del ámbito sanitario, especialmente, el virólogo y, más concretamente, su rama epidemióloga.



Como las otras, esta nueva especie pretende ser depositaria del conocimiento verdadero y convencer al entorno de su nicho social de que hagan caso de su saber autodidacto, aunque un pelín dogmático. En taxonomía social se la denomina como “ultrasanitarios”, especie surgida desde que se decretó el estado de alarma en nuestro país a raíz de una pandemia, provocada por un virus nuevo y sumamente contagioso, que nos alcanzó a principios de año y que obligó adoptar medidas de protección higiénico-sanitarias a toda la población, todavía vigentes. De ahí su supervivencia.

A pesar de ocupar hábitats distintos, estas especies comparten rasgos comunes. Si los “repeperos” (PPPP = del PP, Pero Pobre) son personas de estratos medio-bajos, trabajadores y asalariados con sueldos tan precarios como sus trabajos, pero que votan insistentemente al PP aunque afirmen no entender de política, los “ultrasanitarios”, en cambio, abarcan todo el espectro social –alto, medio, bajo–. Son individuos, por lo general, profanos en la materia, que no disponen de formación médico-sanitaria, pero aparentan ser expertos en virología y especialistas en epidemiología.

Como los “repeperos”, los “ultrasanitarios” dicen no entender de microbiología, aunque se exhiben como doctos sapientísimos que se atreven a impartir lecciones a sus paisanos, bien sean conocidos o desconocidos, que disienten de sus categóricas afirmaciones.

También comparten la fe ciega. Al igual que los “repeperos”, que apoyan ciegamente las medidas económicas y laborales del PP aunque les perjudiquen, incluido el mantra de la bajada de impuestos con la que les recortarán servicios públicos y prestaciones sociales y que luego tendrán que compensar con mayores impuestos indirectos y el copago de servicios privados, los “ultrasanitarios” abrazan inquebrantablemente el uso obligatorio de la mascarilla, incluso en espacios abiertos y a kilómetros de separación de cualquier otra persona.

Tanta es su fe sobrevenida que proclaman la nueva buena de la lejía como uso industrial en el hogar, las virtudes del gel hidroalcohólico, para evitar la tentación de coger o tocar nada sin previo enjuague de manos, como sustituto del arcaico lavado con agua y jabón del que se olvidan cuando salen del urinario, y hasta de portar guantes de látex, preferiblemente de color azul, para conducir, comprar el periódico y coger el móvil o las llaves, sin reparar que también el látex contaminado se convierte en vector de transmisión de una infección, como conocen en cualquier quirófano.

Los más ultras de los “ultrasanitarios” son reacios, incluso, a abandonar el confinamiento, a pesar de que la desescalada nos haya conducido hasta una “nueva” normalidad, avalada por profesionales en salud pública y acreditados epidemiólogos. Es lo que tienen las especies conversas invasoras: se muestran más beligerantes e intransigentes que las naturales del territorio o área (ideológica o científica).

Pero les pierde, como a la especie de los “repeperos”, que son identitarias, profundamente nacionalistas y territoriales, lo que les induce a despreciar a otros grupos semejantes, en otras latitudes, e ignorar sus problemas vitales.

Así, mientras que, para unos, la corrupción política, cuando les afecta, es cosa de todos los partidos, para otros, las medidas implementadas por el Gobierno son tardías, insuficientes y poco eficaces, aun siendo prácticamente las mismas que han adoptado todos los países azotados por la pandemia.

Para los “ultrasanitarios”, ni los gobiernos ni sus asesores de expertos y científicos hicieron lo debido ni actuaron con la antelación necesaria frente a una amenaza que sólo ellos supieron prever, a toro pasado. El Gobierno ha sido culpable de esta crisis y de su corolario económico. Sólo ellos y los suyos son capaces de afrontar estos retos inesperados.

No es extraño, por tanto, que tiendan a sufrir el Síndrome de Estocolmo, que los impulsa a confiar y apoyar a los que, gracias a su voto, no han hecho más que privatizar hospitales, reducir plantillas, rebajar salarios, precarizar empleos y recortar o limitar prestaciones y ayudas públicas que, solo cuando ven, por ejemplo, las orejas de una crisis sanitaria como la actual, vuelven a considerarse como derechos y servicios públicos esenciales e imprescindibles.

Y aunque hayan votado su reducción, ahora los exigen clamorosamente mediante aplausos vespertinos y airados aspavientos. Así es el comportamiento de la especie de los “ultrasanitarios”, que tiene una línea genética común con la de los “repeperos”.

Y también con la de los “ayatobispos”, con la que comparten ese gusto en refocilarse en el tenebrismo y el pesimismo más apocalíptico. Así, los “ultrasanitarios” no cejan de vaticinar que en septiembre se producirá un repunte, mucho más grave, de la pandemia. Ya lo vienen advirtiendo desde el primer día, aquel en que las mujeres se manifestaron por la igualdad.

Sospechan, muy cucos ellos, que las autoridades no cuentan la verdad y mienten sobre la mortandad real de esta pandemia. Que ocultan maliciosamente el número de muertos. Por eso, los “ultrasanitarios” se arrogan la autoridad de separar el grano de la paja y determinar cuándo y qué medidas son precisas para afrontar una infección que, unas veces, se transmite por el aire, otras por contacto, y, si no es por una ni otra, por cualquier medio.

Su “verdad”, como predican los “ayatobispos”, es la única verdadera y solo ellos pueden proclamarla. En sus ojos inquisitoriales tras las mascarillas se aprecia la mirada del iluminado. Y del mismo modo que los “ayatobispos” están obsesionados con los pecados de la carne y exigen sacrificios de cintura para abajo, los “ultrasanitarios” son profetas de la mascarilla y exigen el sacrificio de respirar a través de una tela de manera permanente y en cualquier circunstancia, aunque la normativa indique excepciones, so pena de pecado contra la religión inmunológica.

Solo es posible alcanzar su salvífica bendición si, además, te cubres el rostro con una pantalla, como las de las vespas antiguas, capaz de espantar al maligno patógeno. Solo entonces podrás convivir sin preocupaciones con los “ultrasanitarios”, una especie diferente de homínidos que practican el tutelaje social respecto de las recomendaciones de protección sanitaria durante la presente crisis de la covid-19. Nadie los ha llamado, pero ellos mismos se ofrecen a prestar semejante servicio a la patria. ¡Jesús, qué tropa!

DANIEL GUERRERO