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Aureliano Sáinz | El valor de la amistad

En el artículo anterior, Aquellos inolvidables años, citaba al psicólogo estadounidense Viktor Lowenfeld refiriéndome a lo que él denominaba la Edad de la pandilla, aludiendo a la formación de los primeros grupos de amigos que se crean en la preadolescencia o infancia tardía.



Este es un hecho que me atrevería decir que es universal pues, en todas las culturas desarrolladas, niños y niñas están escolarizados desde edades tempranas, por lo que dentro de ese ambiente escolar surgen los primeros inicios de la amistad, valor humano al que le doy una gran importancia, pues nada mejor que tener buenos y leales amigos para que el tránsito por la vida sea lo más dichoso posible.

Hablando con un amigo de este tema, me aseguraba que las pandillas se forman a cualquier edad, no solo en la preadolescencia. Le indiqué que tenía razón, pero la idea de las pandillas de adultos (entendidas en el mejor sentido de la palabra) alude a los grupos de amistades que se forman con alguna finalidad concreta; sin embargo, la construcción de la amistad no se suele hacer de manera grupal, sino de uno en uno, puesto que esa formación es un proceso de mutuo conocimiento y de entendimiento en los aspectos esenciales de la personalidad.

Hemos de reconocer que los amigos de verdad, aquellos con los que te puedes sincerar, no son muchos, pues abrir la intimidad hacia otros no es fácil, ya que lo solemos hacer de forma precavida por el temor a que no se respete la confianza depositada en otro, dado que la falta de respeto o, peor aún, la traición a esa confianza, se vive de una manera muy dolorosa.

Sobre la amistad se han escrito hermosas páginas y se han vertido numerosos aforismos para ensalzarla. También, en sentido contrario, para cuestionarla e ironizar sobre ella, pues, a pesar de que se supone que está al alcance de cualquiera, lo cierto es que llegar a una sincera y leal relación de amistad parece algo difícil de lograr, dado que, tal como he indicado, se encuentra expuesta al desencanto o, peor aún, a la deslealtad.

Podría parecer que me remonto excesivamente lejos citando a los clásicos griegos y romanos, pero es que, en mi opinión, las mejores palabras sobre la amistad las podemos encontrar en Aristóteles y su obra Ética a Nicómaco. Creo que desde entonces no se han escrito tan profundas reflexiones sobre lo que significa ser amigo. De igual modo, en el mundo de la antigua Roma, Cicerón y Séneca nos legaron magníficos escritos sobre el significado de la amistad.

Como pequeña síntesis, en estos momentos me gustaría traer a colación una frase del filósofo griego Epicuro en la que nos dice: “Cada mañana la amistad recorre la Tierra para despertar a los hombres, de modo que puedan hacerse felices mutuamente”.

Hermosa frase en la que se une el valor de la amistad con el sentimiento de felicidad, pues no hay nada tan placentero como la charla tranquila con un buen amigo, con alguien que te conoce, que sabe cómo eres, que tiene plena confianza en ti, ya que sabe que no le vas a mentir, al tiempo que lo encontrarás en el momento en el que lo necesites.

De todos modos, hay quienes sospechan que los tiempos actuales no son los más adecuados para forjarse buenas amistades. En este sentido el psicólogo italiano Francesco Alberoni se hacía la siguiente pregunta: “¿Está la amistad al alcance de todos en una sociedad como la nuestra, fuertemente competitiva y en la que cada vez se potencia más el que cada uno vaya a lo suyo?”

Me temo que la actual sociedad, individualista y competitiva en la que hemos crecido, no favorece la formación de amistades sólidas, por lo que se han multiplicado los contactos a través de las redes sociales para que a esas relaciones un tanto superficiales se las acabe denominando como ‘amigos’.

Ante este panorama no es de extrañar que haya un número amplio de autores que duden acerca de la existencia de verdadera amistad. Sobre ellos se podría hacer una pequeña antología. Para no extenderme, traigo un par de citas a modo de ejemplos.

Así, el escritor británico H. G. Wells afirmaba que “el camino para medrar en la posición social está y estará sembrado de amistades rotas”, y el francés Honoré de Balzac decía que “la amistad dura poco cuando uno de los amigos se siente superior al otro”. Si estas sentencias las aplicamos a nuestro mundo de ahora quedaríamos muy mal parados, ya que la competitividad y la creencia en sentirse superior, aunque no se manifiesten de manera explícita, están a la orden del día.



En mi caso particular, puedo enorgullecerme de contar con muy buenos amigos. Aunque también tengo que admitir que a lo largo de mi ya dilatada vida he conocido dolorosas decepciones. Y es que la amistad se basa en la confianza y el respeto que depositamos en el amigo, pensando que no nos va a fallar, por lo que no es posible construir una relación sólida calculando, sospechando o interpretando constantemente lo que el otro ha querido decir. O, peor aún, utilizándola para los propios intereses.

Tal como apuntaba al principio, hay casos en los que la amistad arranca de los años de la infancia, por las experiencias compartidas en la misma escuela o por las vivencias de aquellos grupos que se formaban en los juegos. Es lo que a mí me sucede con Emiliano Roa y Pedro Moreno, con quienes compartí los pupitres de la escuela de don José Sánchez; o con Diego Bas quien, yendo a la escuela de don Pedro Márquez, era compañero en el Llano del Pilar de los interminables juegos que por entonces desarrollábamos fuera de las casas.

Aunque actualmente los cuatro vivimos en sitios distintos, desde entonces mantenemos inalterable nuestra amistad, de modo que Alburquerque se convierte en el punto de encuentro que con cierta frecuencia llevamos a cabo.

Por otro lado, creo que la formación de los amigos no se circunscribe a la adolescencia y a la juventud, como habitualmente se piensa. También se pueden crear en la madurez, aunque a medida que se avanza en edad resulta más difícil, dado que ya se tiene forjada una historia personal, por lo que resulta más complicado lograr conectar a fondo con alguien con quien compatibilizar el conjunto de experiencias vividas.

No obstante, y como suele decirse, toda regla tiene sus excepciones. Es el caso de la ‘pandilla’ o buenos amigos que formamos la gente de Adepa, quienes perteneciendo a generaciones distintas hemos logrado formar un grupo bastante cohesionado, no solo para mantener un objetivo común, como es la defensa del Patrimonio, sino también como equipo que sabe disfrutar de momentos impagables, pues la alegría y el buen compañerismo son la base de este grupo de amigos. Como expresión palpable de esto que indico, muestro la fotografía que nos hicimos en el último encuentro que llevamos a cabo en el pueblo.

Para cerrar, tengo que apuntar que, lógicamente, en estas breves líneas no se agota un tema tan relevante como es el de la amistad, por lo que volveré en otra ocasión para abordarla de manera más amplia. Quedan, pues, en el tintero muchas preguntas que podríamos formularnos. Una de ellas podría ser esta: “¿Es posible la amistad entre el hombre y la mujer, o solamente se da dentro y en cada uno de los géneros?”.

Si he traído a colación esa pregunta se debe a que Francesco Alberoni opina que esa amistad no es posible; sin embargo, en este punto discrepo acerca de lo que piensa el psicólogo italiano y, aunque nos es lo habitual, creo que sí se puede llegar a darse una real amistad entre el hombre y la mujer.

AURELIANO SÁINZ