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Juan Eladio Palmis | La soledad de las estaciones

Hay paisajes que su sola contemplación nos llevan a la languidez, al ensueño, a querer mucho más la vida y la existencia; y, por el contrario, existen otras visiones y contemplaciones que nos llevan de inmediato a la languidez, y a sentir algo muy parecido a pena y a sentirnos solos.



La visión de la una estación de ferrocarril sin trenes, abandonada, nos deja en silencio, meditando, sin entender cómo es posible que pueda existir gente que entienda el ferrocarril como un negocio rentable en lo económico, cuando ya está de sobra debatido y aceptado en países adelantados o no, que los ferrocarriles tienen una sola, bonita, e insustituible misión en nuestra sociedad desde que nacieron que es unir a las gentes: unir a los pueblos.

Entre las tremendas burradas que ha cometido el hombre en su sociedad, fue no pensar, cuando el trazado sobre el terreno de los raíles férreos, que podían haber otros materiales menos costosos para el conjunto humano que asolar bosques enteros para construir las traviesas de madera donde descansan las vía, y podían, en aquellos tiempos de excelentes canteros, haber utilizado la piedra, para fijar los raíles: aquella idea primitiva que cuando fue expuesta en origen, seguro que los inteligentes mandamases españoles se reirían a carcajadas poniéndole pegas, porque opinarían en lo irrealizable de la obra y la locura de crear un camino de hierro.

Pero una vez hecho el tremendo costo ecológico del tendido férreo que todavía estamos pagando en países como España donde la repoblación forestal apenas existe, y nuestra superficie forestal es la más baja de toda Europa puesto que no llega ni al diez por ciento de la superficie total nacional, no es de recibo que un gobernante, que alguien pueda suprimir un tren por antieconómico o anti rentable, y dejar un núcleo urbano que ha disfrutado del tremendo comunicador social y humano que es el tren, con su estación de ferrocarril sin que los trenes se detengan en ella.

Los kilómetros de vía férrea de una nación, están diciendo por sí solos la calidad de vida de ese país. Y aquí, entre panderetas y escuchar el excelente bien hacer de nuestros gobernantes, según dicen ellos, cuando echamos números sobre ese particular del tendido férreo nos llevamos la sorpresa que mientras países como Francia, con una superficie en kilómetros cuadrados un poco mayor que España, 547.030, dispone de 30.000 kilómetros de tendido de vías férreas, España, la bien gobernada, que llena de preocupación a nuestros mandamases, no llega a los 16.000 kilómetros el total de tendido férreo nacional, con un porcentaje muy elevado de kilómetros del mismo sin uso y arrancándolos.

Debido a la enorme visión habitual de nuestros excelentes gobernantes que entienden que el ferrocarril, así como la sanidad y la enseñanza, ante todo debe de ser un negocio, y los impuestos de todos nosotros enteritos deben de ir a pagar los jornales de los políticos, que cuanto más pululen por sus tronos, mejor, según ellos, para el país, nos arroja cifras de países de nuestro entorno, que mientras en España a ciudades como Montilla ya no se puede ir en ferrocarril, según un estúpido paso hacia atrás en el progreso ciudadano de una zona, Italia, con 301.230 kilómetros cuadrados de extensión, dispone de 24.179 kilómetros de vías férreas. Inglaterra, con 244.820 kilómetros cuadrados, 16.300 kilómetros de vías.

España, un país difícil en orografía, dispuesto ya por la naturaleza para que esté divida en compartimentos aislados entre sí, muy propicios y favorecidos en su aislamiento para que nos tiremos piedras los unos contra los otros, el ferrocarril, ese bonito y apacible modo de ir de una parte a otra con la mayor de todas las comodidades viajeras, siempre fue un comunicador social de primera magnitud.

Pero, resulta que cuando terminó el siglo XIX, con menos posibles económicos que ahora, España disponía ya para aquel entonces de 9.000 kilómetros de tendido férreo, y, desde aquellos años hasta ahora, como siempre estamos llenos de políticos que nos quieren y adoran, han aumentado el tendido férreo en más de un siglo de tiempo, en no llega a 7.000 kilómetros, una cantidad irrisoria que nos deja donde estamos: al final de toda cuenta de progreso en calidad de vida.

Somos un pueblo de viva imaginación; pero tenemos el tremendo problema de la gran capacidad de contagio en la vulgaridad y en las frases hechas que las hacen otros para que las repitamos en beneficios de sus arcas.

El ferrocarril es algo: es un gran invento vertebrador de gentes y pueblos, que tiene que salirse de la lista de los negocios especulativos de las naciones. Un tren circulando vacío, sin pasajeros, genera más futuro, más bienestar asentado para todos los siempres, que las veloces líneas de los llamados aves, que han generado, camino de la ruina zona a zona, en beneficio de un núcleo, el mayor robo social de todos los tiempos en beneficio de la bolsa de unos pocos.

Salud y Felicidad.

JUAN ELADIO PALMIS