Ir al contenido principal

Nos la jugamos todos

A partir de ya, y en menos de cuatro meses, España y los españoles, todos –y más incluidos que nunca los catalanes– nos jugamos asuntos de tal calado y trascendencia como en ocasiones hace siglos que no nos hemos jugado. Y quizás aún no somo conscientes de ello. Oyendo hablar a algunos políticos, a ciertos opinadores y escuchando tanto a gentes de concisión y gobierno como a las del común de la gente, a uno le asalta –y no deja de sobrecogerle un tanto–y que en muchas de ellas perciba que no se está midiendo ni aquilatando en su dimensión el trance por el que a nada vamos a estar pasando. Creo, sinceramente, que no somos en la gran mayoría conscientes de lo que puede suceder y de lo que puede sucedernos. Y ello me preocupa más que nada.



La sociedad española parece afectada por un extenso y profundo síndrome de superficialidad, de frivolidad y de una completa falta de responsabilidad. Me malicio qué nos ha podido llegar hasta aquí: educación, pérdida de valores, principios, éticas y de cultura de trabajo y esfuerzo arrumbado por aquello de "más me des que más me merezco" y "todo han de resolvérmelo porque ahí están mis derechos mientras que mis deberes se perdieron". Eso y más cosas pero, en cualquier caso, por ahí andamos.

Mi impresión creciente, que galopa a nada que se me ocurre poner la televisión, es que la sociedad española, en ciertos asuntos y fondos, ha sufrido un retroceso y un daño neuronal no sé si irreparable pero, ciertamente, muy dañino. La sociedad española no parece entender que es responsabilidad suya, en primer lugar, lo que aquí vaya a suceder. Y reitero, aunque no se lo crean, lo que vaya a sucedernos.

Ya sé lo malos y perversos que son los políticos; ya sé que se han convertido en los apestados y que tienen toda la culpa. Desde luego, se han ganado muy a pulso el “cartel” que tienen. Pero no solo son los políticos. Lo que sucede nos incumbe, nos afecta, somos arte y parte: todos. Y la irresponsablidad es soberana. Como el pueblo soberano.

Ante nosotros y en este corto espacio de tiempo se abren tales incógnitas que más bien parecen despeñaderos y precipicios y a los que nos asomamos como si la caída posible no tuviera que ver con nosotros. Estamos a menos de tres semanas de que pueda producirse una ruptura de la propia nación o, al menos, de que algunos trastornados –porque racionalmente lo son– lo intenten.

Pues bien, ante ello, algunos –muchos– dirigentes políticos y quienes incluso aspiran a gobernarnos, juegan con ello, andan por ahí declarativos, sopesando cómo ello puede beneficiarlos en este u otro sentido. Todos lo hacen un poco, pero resulta desolador que la palma se la lleve el jefe de la oposición, Pedro Sánchez, que flirtea y equidista con la hoguera. Y no será porque no le advierten sus “mayores”.

Porque Felipe Gónzalez, Alfonso Guerra o José Borrell más claros y más precisos no han podido decírselo. Pues ni caso. Y muchos, jugando. El nuevo partido izquierdista –en esto hay que decir que quien siempre ha estado en su sitio y lugar, sin complejo alguno, ha sido Ciudadanos– los podemitas, acompañando en el jueguecito, haciendo fintas y declarando derechos a decidir en exclusiva y troceados para algunos, que es lo mismo que decir que nos lo expropian a todos los demás.

Ese primer punto, que pudiera ser de muy difícil retorno y que, en cualquier caso, va a acabar en frustración, trauma y heridas de muy dolorosa cura, lo tenemos ya encima. A la vuelta misma de la esquina. Pero ese solo es uno, porque en diciembre llega el set definitivo, donde lo que se haya dilucidado en parte ya en septiembre puede tener remedio o complicarlo aún mas: saber estar en sitio y forma o entrar en enjuagues que sean, simplemente, rendiciones. En suma, tener responsabilidad de Estado o, para que se me entienda y acuño, ponerse a hacer el ZP, que es una hipótesis que cada vez se acerca más a lo que nos puede alumbrar el año nuevo.

Porque esto y ese año no solo va a ser un cambio de Gobierno. En esta ocasión hay tales y tan diferentes ingredientes que nos jugamos todo. Y cuando lo digo es porque hasta la propia Constitución –que fue y es lo que ha hecho de España lo que es desde que salimos de la dictadura–, hasta nuestro propio sistema –y no exagero–, hasta incluso una forma de vivir y de sentir la vida, puede cambiarnos a partir de ese momento. Aunque ahora nos parezca a todo punto imposible. Pues he de decirles que es posible. Tan posible que, en ocasiones y visto lo que está pasando y por dónde respira la peña, hasta lo veo probable.

ANTONIO PÉREZ HENARES
© 2020 Baena Digital · Quiénes somos · montilladigital@gmail.com

Designed by Open Themes & Nahuatl.mx.