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Dilema de identidades

En Occidente se produce un cambio de marcha con la Ilustración cuyo objetivo es salir de las tinieblas de la ignorancia y la superstición potenciando las luces de la razón. Es por eso que al siglo XVIII se le llama el Siglo de las Luces. Los faros iluminadores de este movimiento cultural serán, sobre todo, Francia e Inglaterra. Poco a poco en Europa se irá deslindando religión, razón, política, hasta conseguir estados laicos.

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En 1783 el filósofo Kant en el opúsculo ¿Qué es la Ilustración? escribía: "Ilustración es la salida del ser humano de su minoría de edad, de la cual el mismo es culpable (…). Sapere aude (atrévete a pensar). ¡Ten el valor de servirte de tu propio entendimiento! He aquí la divisa de la Ilustración".

Occidente hace ya algunos siglos que está establecido en la libertad, en la democracia con un claro deseo de separación entre estado y religión, a la par que intenta incrustar, asentar con firmeza en la mente, pautas de actuación desde una ética laica basada a su vez en la Declaración Universal de Derechos Humanos.

Occidente, después de muchas vueltas y revueltas sociales, religiosas, encaminó su forma de vivir y actuar hacia los ideales de la Libertad y la Democracia. No ha sido un camino fácil y aún queda mucho trecho por recorrer.

El mundo musulmán, a fecha de hoy, sigue cobijado bajo el paraguas de la religión. El mundo musulmán tiene miedo a la modernidad, a la libertad, a la democracia. Un claro ejemplo podría ser Turquía que, aunque en teoría es un estado laico, cada día tiene más presencia y peso la religión.

El mundo musulmán no es compacto en su forma de practicar y defender la religión y, sobre todo, aún no ha dado el salto a un cambio de mentalidad, separando la religión de la política. Anclado en una teocracia, que no está dispuesta a renunciar el dominio que ejerce sobre los creyentes, aún tiene que recorrer un largo trayecto.

Si a eso se añade el concepto de “guerra santa” contra el infiel, la mesa está servida para enfrentamientos, guerras o terrorismo en su versión más fanática. Es alucinante, y pone los pelos como escarpias oír que alguien revestido hasta las orejas de explosivos se ha inmolado para dañar al infiel.

Cuando es posible que Occidente esté decadente, sumido en un hedonismo placentero, el mundo musulmán está cuatrocientos años por detrás. En otras palabras, aún tiene que hacer su gran revolución interna para ganar cotas de madurez, de paridad entre hombres y mujeres, ganar en libertad, sobre todo libertad de pensamiento, para salvaguardar una actitud crítica, para vivir como ciudadanos de pleno derecho y en democracia.

Ser ciudadanos, en el más pleno sentido de la palabra, significa conseguir la mayoría de edad social, política y religiosa. Ese cambio de pensar y de actuar conlleva la tolerancia, factor este que no se consigue de la noche a la mañana.

¿Se puede ser tolerante sin tener que renunciar a las creencias o a la ideología asumida? Ser tolerante comporta escuchar al otro pero indudablemente ser escuchado. Es una corriente alterna que si se obstruye de una parte da al traste con la convivencia.

Matar en nombre de unas ideas políticas o religiosas cierra algo tan maravilloso como el diálogo que es, ni más ni menos, el entendimiento a través de la palabra (día-logos) que comporta respetar al interlocutor escuchando y pensando lo que nos dice para buscar un punto de encuentro; por el contrario matar siembra odio, destrucción, desencuentro y abre puertas a la venganza, a la intolerancia. Siguiente paso: ¡Fanatismo!

Fanatismo y tolerancia son dos caras enfrentadas, diametralmente opuestas y por tanto irreconciliables. El fanático es un sujeto cerrado y obtuso. Está dispuesto a masacrar al contrario en nombre de ideas o creencias, ya sean religiosas o políticas.

En el universo de las religiones tenemos, lamentablemente, muchos dolorosos ejemplos y larga historia de obcecación; en el mundo político-ideológico también. Las sombras de totalitarismos y dictadura, presente aun entre nosotros, pervive dejando por doquier serias secuelas de miedo, terror, muerte, anulación de la persona, incluso odio porque hay heridas abiertas, que a veces parece que no queremos cerrar.

¿En pro de una pacífica convivencia deberían respetar la cultura y los valores de otros pueblos? Es muy posible que el musulmán de a pie esté por la labor. Pero ¿la autoridad religiosa opina igual?

Como botón de muestra podría venir al pelo la denuncia, por parte de fieles musulmanes de Tudela, contra el radicalismo de un imán. La vuelta al paraíso perdido de Al Andalus sigue siendo el caballo de batalla. ¿Romanticismo político?

Indudablemente, la integración es una quimera porque están tan cercados en creencias y modo de vivir que no cederán un ápice en ese terreno. Hay claros intereses, desde las esferas religiosas, para no ceder, dado que Occidente es el bárbaro irreverente.

Pero al menos ¿se debería esperar que respeten la cultura y los valores de las tierras que les acogen? Es lo mismo que exigen de los occidentales cuando van a sus países. Un dato concreto. Si entras en una mezquita debes cumplir a rajatabla sus normas so pena de tener un conflicto. ¡Lógico! Pocos europeos aceptarían normas similares en un templo cristiano. Éstas y otras razones son las que esgrimen ahora, con más apasionamiento, los excluyentes.

El mundo occidental da el gran salto a la edad adulta después de la Revolución Francesa entrando en unas democracias laicas con separación de poderes y acatando, en general, las grandes líneas maestras que marca la declaración de Derechos Humanos, asentada definitivamente en 1948 –lo que no quiere decir cumplida siempre y por igual–. Se hace necesario ampliar la base de la convivencia desde una inmersión moral cimentada en el respeto a la dignidad de la persona.

Recurro al diccionario de la RAE para matizar algunos conceptos. El adjetivo “íntegro”, dicho de una persona, hace referencia a rectitud, intachable; “integrismo”, aunque viene del anterior adjetivo, lo define como actitud de ciertos sectores religiosos, ideológicos o políticos, partidarios de la intangibilidad de la doctrina tradicional.

La rectitud llevada a sus últimas consecuencias se transmuta en intransigencia defensora de ideologías o creencias y lleva hasta la masacre más brutal. Los “-ismos” son peligrosos. Solamente los istmos unen la isla que es cada persona con la tierra firme que es la comunidad, la sociedad.

Estos días ha estado dando vueltas, en distintos medios, la frase “no estoy de acuerdo con lo que dices pero defenderé tu derecho a decirlo”. Pensamiento que es atribuido a Voltaire, pero que en realidad parece que pertenece a la escritora inglesa Evelyn B. Hall (1868-1939) que, más o menos traducido así, lo plasma en el libro que publica en 1906 con el título Los amigos de Voltaire. Sea o no dicho pensamiento de ella, la verdad es que, por higiene mental, merece ser repensado.

Voltaire (1694-1778) filósofo, abogado y escritor francés del siglo XVIII, es uno de los principales representantes de la Ilustración. En sus escritos, que son abundantes, ataca sistemáticamente la intolerancia y el fanatismo del que dice que “es una enfermedad que se adquiere como la viruela”.

El libro Tratado sobre la tolerancia, que ha incrementado sus ventas estos días como consecuencia del atentado de París, está de plena actualidad. La producción literaria de este pensador es muy amplia y variada.

Con independencia de estar o no de acuerdo con el pensamiento de Voltaire, merece la pena leer dicho tratado que se puede encontrar en este enlace. Primero, para documentarse; segundo, para opinar con conocimiento de causa.

Hablar de oídas –sin documentarse– es una práctica frecuente y, por supuesto, un fácil camino para meter la pata. Fanatismo, papanatismo y superstición son atacados sistemáticamente en sus escritos por lo que fue censurado y perseguido desde distintos frentes y siempre en lucha por defender la libertad y el respeto a la pluralidad como requisito imprescindible para la convivencia.

Las guerras no son santas, son mortales, asesinas, destructoras. Habrá que sacarle punta al lápiz…

PEPE CANTILLO
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