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Salud y alcohol

Hay temas que salen a la palestra de forma recurrente, según interese que el velero de la opinión –o ¿debiera decir la veleta de la opinión?- gire en una dirección u otra. Saturados de crisis, de chanchullos a derecha e izquierda, de corrupción de todos los colores... en estas últimas semanas aparecen en el candelero las adicciones y sus secuelas –drogas en general, alcohol en concreto- y el viento de la opinión hace chirriar la veleta. Por descontado que el asunto es serio.

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La salud es uno de los bienes más preciados del que podemos disfrutar los humanos. Mientras se está sano, no la apreciamos ni la echamos de menos –cosa por otro lado normal-, pero cuando la perdemos... ¡qué amargo es su sabor!

Enfermar de cualquiera de las múltiples dolencias que pueden azotar al cuerpo, es un riesgo que corremos y al que estamos propensos a lo largo de nuestra vida. Nuestro organismo, siendo una máquina fabulosa, también se avería y con la edad, sobre todo, le van saliendo goteras, hay que revisarlo y, por supuesto, necesita de un continuado mantenimiento. En otras palabras, hay que mimarlo. Cuando se es joven, dicha necesidad de mantenimiento queda lejana y será el paso de los años quien nos recuerde que la maquina se va deteriorando.

Pero enfermar por dejadez, deterioro programado, desidia o aburrimiento, considero que es del genero tonto. Y lamentablemente, incurrimos en dicha necedad con las múltiples maneras, existentes a nuestro derredor, de castigar el organismo. Unas actuaciones son ajenas a nosotros y no podemos controlarlas, como por ejemplo las relacionadas con la gran cantidad de porquerías que nos venden en los alimentos y otras las consumimos por propia voluntad.

En la lista de esas substancias peligrosas está el abuso, que no el uso, del alcohol hasta límites francamente dañinos. Ya hace algunas décadas que un sector importante de la población entró en la vorágine del consumo compulsivo de alcohol, concentrado en los fines de semana.

Al principio se bebía fuera de los locales de alterne –discotecas, pubs- porque era más barato y se podía alargar más la fiesta. Después se pasó a mamar “a mogollón”, en una carrera contra reloj, por ver quién tenía más reaños y aguante.

Estoy refiriéndome al llamado "botellón" que cual mancha de aceite se extendió por todo el país en poco tiempo. Hasta hemos inventado un vocablo para referirnos al lugar de reunión de dichos eventos alcohólicos y alcoholizantes: el “botellódromo” en el que, efectivamente, se bebe la mayor cantidad de líquido alcohólico en el mínimo de tiempo posible.

Un apunte interesante: nuestros jóvenes son defensores a ultranza del reciclaje, de los productos ecológicos, es decir se declaran “verdes” y me parece estupendo. Pero ¿son conscientes del daño que se están infligiendo? Y una pregunta cojonera: ¿asumen el estercolero que queda después de sus eventos?

Nadie está libre de agarrar una melopea alguna vez. Pero cogerla todos los fines de semana, ya son palabras mayores y, a la larga, pasará factura al organismo. He oído decir muchas veces, pero “si yo sólo bebo los fines de semana…”. Aun siendo así ¿cuánto se bebe para que las urgencias hospitalarias de fin de semana estén cada vez más visitadas como consecuencia de abundantes comas etílicos? La información procede de los profesionales sanitarios.

¿A dónde quiero ir a parar? Voces autorizadas desde la medicina, el ámbito psicológico, la educación –vial, sanitaria, moral…-, vienen alertando, de un tiempo ha, que vamos por mal camino con este asunto. E, irremisiblemente, saltan los fusibles cuando aparecen noticias como esta: “El Gobierno estudia multar a los padres de menores que sufran muchos comas etílicos”. ¿Cuántos son muchos? ¿Menores? Para aviso de navegantes, la edad de lanzamiento al consumo de alcohol, según datos oficiales, se sitúa ya sobre los 13 años.

Como siempre, salta la liebre en el momento menos oportuno y puede que en el terreno más controvertidos: padres, menores y multas. Dejando de lado una posible ambición recaudatoria, no porque no sea importante y sí porque nos desvía del asunto, la alarma ha saltado una vez más y hay que poner cascabel a este otro gato. Alguien dirá que ya son muchos los mininos sin cascabel, pero la realidad es la que es.

El botellón es una competición por ver quién bebe más. ¿Por qué beben tanto? Porque es lo normal; porque la manada manda y el anonimato encubre; porque no quiero aparecer como el “cobardica” (no quiero ser políticamente incorrecto); porque yo soy un machote –ellos-; porque están aburridos, porque me corroe una angustia vital –creo que Sartre y el existencialismo no están de moda-; por la presión socio-laboral; porque me da la gana; con mi libertad hago lo que quiero…Alargar esta letanía sería muy aburrido.

La polémica está servida, no porque el tema sea baladí y no haya que darle importancia, sino porque se tiran peñascos sobre el tejado de los padres. ¿Insinúo que la familia nada tiene que ver con el tema? ¿Qué tal vez los padres pasan de este asunto? Nada más lejos de mi intención.

El consumo abusivo de alcohol, sustancia muy consumida y asequible en nuestro entorno al estar socialmente integrada en la cultura del país, ciertamente es un tema preocupante, serio y a tener en cuenta, más bien antes que después. En dicho consumo juega un papel importante la familia, la mimesis del ejemplo y la educación, procedente de las diversas esferas.

Todos estaremos de acuerdo en que la educación es el arma indispensable para remediar conductas abusivas, pero nos olvidamos que la voluntad de cada sujeto es insoslayable y por mucha educación que dé la familia, la escuela e incluso la sociedad, si no quiero hacer caso, pues no quiero.

Información. Con tener información no basta para controlar. El “yo controlo” funciona si yo quiero, si calibro riesgos, si cuidado mi cuerpo que está en un momento crítico de desarrollo fisiológico, si valoro las posibles consecuencias sanitarias, sociales (peleas, accidentes…). Alguien puede que piense, al leer estas líneas, que no somos anacoretas y que hay que divertirse… Mens sana in corpore sano!

Pero una cuestión tengo muy clara. No vale alegar falta de información sobre el tema del alcohol ni, como decía una noticia la semana pasada, tampoco con respecto a las precoces relaciones sexuales de nuestros jóvenes, los cuales no usan preservativos por no saber ponérselos y tampoco creen que exista peligro alguno. ¡Por favor! Sobre la educación sexual ya hablaremos otro día.

Momentos antes de entregar estas cuartillas me topo con la siguiente noticia que parece ser vieja ¿Cómo conseguir un colocón en segundos? Introducirse alcohol directamente por la vagina, el ano, el ojo o inhalándolo son las fórmulas más osadas que encuentran algunos jóvenes para esquivar el filtro hepático y absorberlo en sangre. ¿Alguien da más? Renuncio a comentar dicha información.

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PEPE CANTILLO
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