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Aforismos y pensamientos: la valentía

Uno de los rasgos del carácter de las personas que genera mayor admiración es el de la valentía. A lo largo de la historia, y en las distintas culturas, se ha expresado la fascinación que suscita quien es valiente; es más, una parte significativa de los grandes relatos que configuran el imaginario que da identidad a los distintos pueblos es la apelación a los héroes, ya que es un referente que sirve para mostrar los modelos a imitar o a admirar.

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Cada pueblo, cada país, tiene uno o varios personajes, reales o mitológicos, que son los héroes y que sirven para dar sentido de pertenencia a esa comunidad. Habitualmente, han sido los militares o los guerreros los que se encuentran en ese reducido grupo de celebridades de los que se habla de ellos con gran respeto, por lo que es habitual recordarles homenajeándoles con esculturas o bustos que perpetúen sus memorias.

De nuestro país, todos podemos hacer un repaso mental de esas figuras que desde pequeños hemos aprendido en los libros de Historia. Son nombres que casi nos salen espontáneamente, puesto que han quedado grabados en nuestra memoria como símbolos y paradigmas del valor y el coraje.

Aunque, lamentablemente, en esa amplia pléyade heroica no cabe el género femenino; pareciera que el valor es un atributo exclusivamente masculino, que la mujer queda tradicionalmente relegada a los valores maternales y domésticos, por lo que se la ha considerado como un ser frágil y temeroso, necesitado del apoyo del hombre para que pueda transitar con cierta seguridad por la vida.

Esta injusta valoración en los últimos tiempos ha sido muy cuestionada, puesto que el valor asociado a los personajes que participan en las guerras, los combates o relacionado con el ámbito castrense ha perdido gran parte del peso que ha tenido tradicionalmente, de modo que en la actualidad se entiende que el valor, en principio, al alcance de todos, es lo opuesto al miedo y la cobardía.

Hoy, la valentía, considerada como la virtud de los héroes, empieza a ser cuestionada o, al menos, interpretada de manera distinta a como se ha hecho tradicionalmente. Ya no se admite de modo incondicional, pues, tal como nos dice el filósofo francés André Comte-Sponville, “la universalidad de la valentía no demuestra nada, incluso podría ser sospechosa. Si algo es universalmente admirado significa que también lo admiran los malvados y los imbéciles”.

De igual modo, en esta línea de sospecha se situaba Voltaire. De este gran pensador y escritor extraigo una breve frase de su obra Roma salvada, cuyo significado es, a fin de cuentas, otra forma de dudar del carácter intangible de la valentía. Así, de manera contundente, nos dice: “Un valor indómito, en el corazón de los mortales, produce grandes héroes o grandes criminales”.

Tienen razón estos dos autores galos, puesto que la valentía puede servir tanto para el bien como para el mal. Esto es fácil comprobar en el ámbito castrense: los que para unos eran héroes, para los “enemigos” eran personajes despreciables.

Si nos trasladamos a nuestros días, podemos acudir, por ejemplo, a la acción suicida de los secuestradores que condujeron los aviones para que se estrellaran contra las Torres Gemelas de Nueva York. Sus protagonistas sabían perfectamente que iban a morir en ella, por lo que hemos de reconocer que para ejecutarla tuvieron que vencer el miedo a una muerte segura.

Es lógico pensar que para que realizaran tal acto era necesario que tuvieran un absoluto convencimiento de estar en posesión de la verdad, tanto como para menospreciar todas las vidas que iban a perecer en su acción. Ello nos lleva a pensar que un fanatismo valeroso sigue siendo fanatismo.

Así, el arrojo, el coraje o el valor, bases de la valentía, hay que entenderlos en función de los objetivos últimos buscados, puesto que una valentía egoísta, que no considera a los demás, es en última instancia una expresión del egoísmo personal, base de la intolerancia o del fanatismo.

Es por ello por lo que sostenemos que la valentía como virtud humana supone una actuación desinteresada, cargada de altruismo y de generosidad.

Esto no implica que la persona que actúa bajo estos valores no sienta ningún tipo de miedo, puesto que es casi imposible que un acto que implica riesgo o posibles pérdidas personales no asome ese sentimiento oculto que subyace en todos nosotros.

No es, pues, la ausencia de miedo, sino la capacidad de superarlo, a través de una voluntad firme y generosa, ya que el opuesto a este concepto del que hablamos no solo se encuentra el propio miedo, sino también la pasividad, la indiferencia, cuando no un velado egoísmo, camuflado de diferentes justificaciones.

¿Pero tiene sentido que en la actualidad estemos relacionando la valentía con el heroísmo? ¿No sería más justo reflexionar sobre el valor, la honestidad y el coraje en la vida cotidiana en la que nos movemos?

Ciertamente, en la actualidad, los héroes se encuentren en franca retirada, puesto que ya casi nadie cree en ellos, a pesar de que siempre necesitemos modelos, gente honesta, sincera y valerosa en las que mirarnos, pues cada uno de nosotros no puede ser modelo de sí mismo. Hemos de mirarnos en aquellos que nos han precedido o que conviven con nosotros y nos sirven de referencia en los momentos de incertidumbre y duda.

Esta necesidad de personajes valerosos, de un modo u otro, permanece latente en el fondo de la colectividad, dado que sirven como referentes sociales. De ahí que pervivan los grandes relatos protagonizados por individuos de gran valor, aunque, en la actualidad, se hayan trasladado a los cuentos, las novelas, el cine o los videojuegos.

El problema es que, en los numerosos medios de comunicación que nos rodean, los protagonistas de esos relatos son seres amorales, cínicos, agresivos y cargados de violencia, dado que el fin último que les guía es acabar con “el enemigo” del modo que sea.

Esta amoralidad ha generado una carga de escepticismo en las nuevas generaciones, como lo he podido comprobar en recientes trabajos de investigación en los que preguntaba a adolescentes que me indicaran algún personaje que para ellos fuera un verdadero héroe.

Lo cierto es que las respuestas se centraban en personajes próximos: el padre, la madre, algún abuelo, etc. Es decir en alguien que conocían de cerca y estaban seguros de sus conductas, de sus esfuerzos y de las motivaciones que los impulsaban.

Esta visión ya alejada de los grandes mitos nos aproxima a ese aforismo de Carlos Castilla del Pino en el que nos dice: “No ser héroe. Ya es bastante con vivir el día a día”. O a este otro: “En una sociedad donde el héroe es necesario, algo va mal”.

Ciertamente, hemos llegado a una sociedad en el que la vida cotidiana y los problemas que en ella afrontamos son suficientes para que estemos a prueba constantemente. En nuestro siglo veintiuno, no viene mal la frase de Pierre Brulat, periodista y novelista que vivió a caballo entre los siglos diecinueve y veinte, en la que nos decía: “Basta un instante para hacer un héroe, y una vida entera para hacer un hombre”. (Yo diría: “una persona valerosa”).

Y es que, en la actualidad, el miedo se ha instalado en la gente de un modo verdaderamente peligroso. Hoy, el miedo se ha convertido en el instrumento más preciado por los poderosos, ya que con él logran doblegar las voluntades y que se acaben aceptando las condiciones humillantes que desean imponer a la mayor parte de la población.

AURELIANO SÁINZ
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